Hace
una semana vi en el Facebook una foto que publicaba un amigo, en la que
aparecía retratada su prima de unos tal vez treinta años, ella lucía una
franela alusiva al bando opositor y una pañoleta también con la bandera de
Venezuela, a su lado y abrazándola con confianza respetuosa estaba un hombre de
unos cincuenta años, con una franela roja, de esas que tienen los ojos de
Chávez pintados a la altura del pecho, los dos sonreían mirando la cámara que
capturó la refrescante imagen. Debajo de la foto publicada una leyenda
describía el encuentro de esos dos.
Cada
uno regresaba a sus casas después de apoyar las respectivas marchas de los dos
candidatos contrapuestos. Al parecer se pasaron por un lado y los dos se
sonrieron sin conocerse, parece que el gesto compartido los impresionó a los
dos y coincidieron en tomar una foto para dar un mensaje de unidad. Luego de la
foto, la dama opositora le dijo con nostalgia que esa era la Venezuela que
soñaba y le dijo que ella “Quería Patria” (frase alusiva a la campaña
oficialista en Octubre) a lo que el caballero oficialista respondió “Yo también
soy Venezolano” (consigna de la campaña opositora).
Me
agradó la foto y la empatía entre los dos venezolanos con ideologías políticas
opuestas. Y por un instante soñé con el 15 de abril, con la Venezuela a partir
del 15 de abril. Los dos candidatos coincidían con presagiar un ambiente de
unidad y construcción de la Patria o de la Venezuela que es de todos. Me
obligué a ser ingenuo, saqué toda la mierda pesimista que pudiera haber en mí y
como un niño iluso que no ha visto elecciones antes, ni post-elecciones, creí que
desde el 15 de abril sobrarían las fotos retratando a oficialistas y opositores
unidos, sonriendo, construyendo un porvenir grandioso para nuestros hijos.
A
estas alturas se me ocurre que alguien podría preguntarse “¿y éste iluso que escribe,
será opositor u oficialista?”.
Hoy
no es lo importante, sin duda tengo mi preferencia política, pero hoy no me
importa, hoy la dejo a un lado porque Venezuela exige que así sea por un
instante al menos. Mi franela, roja o
tricolor, puede esperar un rato, tal vez mientras tanto deba meterla en la
lavadora, y que de vueltas y vueltas, que sea víctima del detergente y luego del
suavizante, tal vez deba ser exprimida. Sí, y es que cuando el fanatismo nos
inunda lo mejor que podemos hacer es desdoblarnos un momento y despojarnos de
nosotros mismos para revisarnos y evaluarnos, para limpiarnos de las impurezas
del odio o la justificación de lo injustificable y, por qué no, tendernos un
rato al sol para que nos alumbre su claridad y marchite la insensibilidad.
¿Qué
pasó? Pregunto, ¿qué pasó con el discurso de unidad? Y no me refiero al
discurso de un bando o el otro, me refiero a esa euforia que emanaba de cada
venezolano y que les hacía asegurar que desde el quince habría unidad. ¡Ese
discurso se fue a la mierda! Parece que nadie, o muy pocos, quiere recordarlo y
pensarlo. Un amigo me preguntó hoy “¿y qué piensas tú que debemos hacer?” Me
preguntó desde su bando, pero la pregunta me la pudo haber hecho alguien desde
el otro bando también, y la respuesta es la misma para los dos: Con certeza no
sé qué se deba hacer, pero sé muy bien lo que no se debe hacer, y no se debe
atentar contra la vida, dentro de lo que se debe podría considerarse respetar
la vida y darle valor al ser humano por encima de las etiquetas. No digo que
cada quien renuncie a sus convicciones, pero que se valore la vida del otro
como la propia. El Cristo, que es casi una bandera de todos los habitantes de
occidente, sugirió amar al otro como a uno mismo, no al otro que simpatiza con
mi posición política, sino al otro. Bajo la comprensión de esa máxima las manifestaciones
o represiones jamás atentarán contra la vida.
En
las calles algunos dicen “esto se lo llevó el coño”, no, esto no se lo ha
llevado nadie aún, pero lo estamos entregando, eso sí, desde los dos bandos hay
quienes están entregando esto al coño, y no al coño e´ su madre, como dicen en
Venezuela, sino al coño de la mierda misma.
La
infección zombi ya inició en las calles de mi país. El fanatismo nos está
mordiendo con aliento de perro rabioso, las calles babean saliva podrida e
infectada, donde sea que te muerda el fanatismo, y sin importar que quieras
hacer patria o también seas venezolano, si te muerde, tu cerebro se excita
olvidas el amor a la patria y tu venezolanidad, actúas con violencia y
justificas la violencia en respuesta a la violencia.
El fanatismo
tuerce las consignas y hasta lo más sagrado de la ciudadanía. Unos aseguran que
son parte del bravo pueblo y harán caer las cadenas. Bravo es el pueblo que
combate la violencia con amor al prójimo, bravo es el pueblo que trasciende el
proselitismo y las etiquetas para darle valor a la vida. Durante esta campaña
electoral un candidato dijo que ser presidente de Venezuela es “arrecho”, el
otro dijo que descarguen su “arrechera” en las ollas. Y como me niego a ponerme
mi franela aún, para seguir escribiendo con mi pecho expuesto, yo digo que
arrecho es ser venezolano sensato, eso sí es arrecho, y que descarguemos
nuestra arrechera en contra de la violencia llamando a la paz y practicando la
paz. Y que caigan las cadenas de la violencia.
Poco
importa dónde comienza la violencia, mientras se busca su génesis habrá incrementado
tanto que descubrir dónde comenzó no será significativo, ya la infección nos
habrá hecho mutar a todos. Estaremos tan jodidos que sería más económico un
apocalipsis que nos borre del mapa y que un hombre de barro exponga su costilla
para dar comienzo a una nueva creación. Pero esas cosas sólo suceden en las
dimensiones mitológicas del arte o la religión. En cambio, en la realidad,
podemos darle un parao a la infección. Desde tu bando podemos acabar con el
fanatismo zombi y regalarle una fotografía inmensa al país. ¡Vamos no joda!
¡Venezuela no es madre del fanatismo y se niega a ser guarida de zombis!
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