Rubia fue mi primera novela escrita. Mi primera novela
finalista en un concurso. Mi primera novela publicada. Mi primera novela en
amazon. Mi primera mirada a mí mismo luego de romper con las herencias
ideológicas, religiosas e históricas que me tocaron. Rubia es además quien me
bautiza como escritor y me quita un poco el miedo y la vergüenza de sospecharme
escritor (un poco solamente). Además, Rubia es mi primer intento en el Premio
de Literatura Rómulo Gallegos, en la edición cuyo fallo corresponde al año en
curso. Sea que figure entre los finalista o no, quedará escrito en mi memoria
que fue la novela con la que intenté por primera vez obtener el premio con el
que sueñan los escritores latinos. Y que se sepa que será el primer intento,
pues desde esta edición el jurado tendrá que evaluar en cada edición una obra
mía, pues soy terco e incansable.
Ella me ha traído buenos amigos, gracias a ella muchos
nombres están almacenados en ese baúl de amigos verdaderos que formarán por
siempre parte de mi historia. Entre ellos debo mencionar a Febe Mendoza, quien
me acompañó desde su creación, quien recorrió los laberintos de la trama en
tiempo real y me enseñó a contar historias. Siempre diré que no me atrevería
hoy a escribir para ser leído si el nombre Febe Mendoza no estuviera en mi
memoria. Y así muchos que no sólo han sido lectores sino que también se hacen
hoy propulsores de la historia y canales para que mi Rubia sea recorrida por la
mirada de otros.
De nuevo Rubia irrumpe en mis rutinas, tras la posible
publicación impresa en Costa Rica me vi obligado a jugar con ella una vez más,
la leí de nuevo e hice algunos cambios en su presentación enumerando esta vez
los capítulos. Y hoy quiero reflexionar a partir de ella.
Aunque lleva su nombre hoy puedo decir que el asunto
principal de la novela es el odio. Recuerdo que durante años el cristianismo me
enseñó que el odio es una influencia del maligno que mancha nuestra existencia
y nos hace indigno frente al dios. El odio, me enseñó el cristianismo, nos
condena a la muerte eterna, al infierno, a la condenación. Ante la grave
problemática, así concebido el odio por la religión cristiana, se nos ofrece
una salida: la redención. Y esta redención es una especie de manto mágico que
arropa al hombre y pretende hacerlo inmune de la influencia demoníaca
representada por el odio, entre otras cosas. El asunto es que, dada nuestra
condición humana y nuestros condicionamientos y “educación”, el odio no se
disipa con mantos mágicos, sino que sigue infectando nuestras emociones, sólo que
a veces, por las rutinas que impone la religión, logramos distraer el
sentimiento negativo.
La verdadera redención del hombre es el conocimiento de
sí mismo. Lo entendí cuando decidí abandonar el cristianismo y caminar con mis
propios pies y ver a través de mis ojos. Por ese tiempo comenzaba a escribir
Rubia, centrado en un personaje marcado por una vivencia que la lleva a odiar
al abuelo y todo cuanto significó su abuelo para ella. De manera que Rubia odia
su entorno, su vida, odia el amor, odia el porvenir, todo lo que puede ver o
recordar lo odia porque todo ello fue su abuelo.
Hoy tengo el coraje para admitir que el odio de la chica
de mi novela era mi odio, su abuelo era mi cristianismo y lo odié, por robarme
mi niñez, mi adolescencia, mi juventud, por estar en mis recuerdos, por creerlo
porvenir, lo odié porque me infectó y me hizo creer que el mundo era de una
forma y al despertar pude entenderlo de otra. El abuelo de Rubia fui yo mismo,
engañado por mí mismo, truncado por mí mismo, esperando siempre que las cosas
sucedieran de una forma mágica, perdiendo el tiempo que pude haber diezmado en
esfuerzo e intentos. Como Rubia busqué sanar mi odio de distintas maneras,
porque así fui condicionado, creyendo que las respuestas a los problemas
propios pueden encontrarse en fuentes externas. Pero comprendí, no muy tarde,
que la redención está en el conocimiento de uno mismo. En saber quién soy, por
qué soy, hacia dónde soy, desde dónde soy. Rubia invita a contemplar las
posibilidades que siempre serán fallidas y a aceptar con coraje la
responsabilidad de nuestros pasos, nuestra responsabilidad con nosotros mismos,
al final es la respuesta correcta.
Ella es una lectura amplia. Rubia es la misma América
Latina buscando su identidad, reconociendo en cada paso, a través de las
décadas, que sus problemas necesitan soluciones que emanen de la latinidad, de
la identidad propia. Rubia es una invitación a tomar el control de uno mismo y
evaluarnos, decidirnos por la construcción de nuestro porvenir, decidirnos por
avanzar a ritmo propio, desconociendo las herencias que nos han encerrado en
los laberintos conflictivos, desafiando lo ya establecido para así encontrar
salida y un mañana. En ella dibujo la tierra donde nací, el pueblo que fue mi
cuna: Aroa, Estado Yaracuy, muestro matices del cerro que conquistó mi abuelo
Segundo Crespo y hasta incluyo su nombre en la trama. También dejo ver cómo
percibí a la ciudad de Cabimas cuando recién llegué, y hasta cómo percibí los
cambios políticos que iniciaron en 1999. A través de Rubia podrán conocer El
Consejo de Ciruma, un pueblo que, de no existir, sería la ficción mejor
elaborada. Tomo del pueblo algunos mitos, dibujos otros inspirado en los
ancianos que conocí allí.
Rubia es un resumen de mi historia hasta el año 2008 y es
además parte de mi historia desde entonces, siempre volveré a ella, a Rubia,
siempre miraré sus ojos azules, míticos y místicos, siempre recorreré las calles
que son suyas. De hecho, Rubia jamás dejará de ser parte de mi realidad pues
siempre tendré que visitar El Consejo de Ciruma, y desde hace diez años pienso
que tal vez al llegar a la vejez me encierre en ese pueblo para reflexionar en
mis días desde mis últimos días. Espero un día, amado lector, tengas la
oportunidad de leer a mi Rubia y puedas decirme cómo me vez a través de sus
ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario