César Seco nos presenta “Los Colores del Cielo”.
Apenas entré en su galería de arte me encontré con un
personaje de tres identidades. La pluma de César es poética, eso puede notarse
apenas se lee la primera oración del primer párrafo: “Pramuck
Omack es ciudadano del mundo”. Tanto romanticismo para
dibujar un personaje denuncia la carga poética sobre el hombro de su creador. Y
con esa oración el creador de esta obra nos introduce en un mundo nada extraño,
a pesar de los juegos de identidades y roles que ejerce el personaje, a pesar
de que lo sitúa en tres espacios contrapuestos.
Lo
que César hace es resumir en tres fragmentos la voluntad humana que compone la
múltiple personalidad de cada ser, aunque nos empecinamos con mostrar una y ser
“congruentes” con la que hemos asumido como “verdadera”, debemos ser honestos y
reconocer que tras la fachada construida se debate el querer desafiarla, pasea
la ira que no nos permite aceptar del todo lo establecido. En líneas generales
el primer cuento, protagonizado por la trinidad del personaje Pramuck Omack,
plantea al hombre en pleno postmodernismo, asumiendo su identidad fragmentada,
consciente de lo relativo de su rol y finalmente declinando ante lo inevitable,
dispuesto a avanzar con coraje. Dibuja un mundo bien delimitado, con un halo de
oscuridad y misterio, atractivo. Obligando al lector a permanecer allí para
comprenderlo, invitándolo a ser ciudadano de ese mundo en el que pasean sus
personajes.
La
narrativa de César es propositiva, desafía al lector a ser parte de la historia
invitándolo a ser testigo y razonar las causas o efectos que le dan vida a los
párrafos plasmados en el papel. Al pasear por el segundo cuento se reitera la
condición postmodernista del hombre actual, además de destacar el carácter
poético del autor, se puede percibir su desafío asumido con la narrativa para
plantear perspectivas amplias de asuntos que son contemplados por otros con
prejuicios.
Nos
pone en el centro del segundo cuento a un bloguero homosexual, condenado a la
muerte tras el diagnostico fatal y temido, pero no abraza la muerte resignado y
apurado, sino que decide dejar huellas de su existencia aunque tal vez su
decisión es producto de su soledad y necesidad de divagar para “matar el
tiempo”. Así que de nuevo encontramos un personaje complejo, luchando contra sí
mismo. Este consistente carácter en su obra le da personalidad a su narrativa.
El autor va proponiendo el declive de los absolutos, hace de la historicidad un
libro abierto y dispuesto a ser juzgado e interpretado. Hasta el cuento número
dos el cielo se hace rojo y gris.
En
su tercer cuento César nos deja ver su destreza en el género romántico y el
erotismo. Dibuja una historia de amor y aunque el romance entre “él y ella”
logra captar la atención del lector, puedo percibir tal romance como la excusa
para decir muchas cosas. Hay tesoro escondido en esa isla de romanticismo y
erotismo, códigos que marcan la consciencia del lector e invitan a ser
descifrados.
En
el primer cuento vemos a un hombre que abraza un destino por la convicción de
lo necesario y su interpretación del deber, y en medio de su conflictivo mundo
interno el autor deja ver una reflexión de su personaje: “…Por un momento en su vida quería mirar el rostro de Alá o de
Jesús, si era verdad que Dios existía y
pedirle que extrajera de todo esto con una pinza a Alba…” Ese “si
era verdad que Dios existía” es una línea que, por estar incrustada en el
contexto que plantea el cuento, queda haciendo ruido. Más tarde, en el segundo
cuento, el moribundo bloguero, consciente de su condición, escribe: “¿me van a decir que son cosas de Dios, de eso que llamamos el inefable destino, o
del diablo ese que no sabemos si de verdad existe, pero que todo nos dice que
con él convivimos?” Si bien el carácter
teológico de su narrativa viene “desfragmentando” la idea sólida y aceptada por
herencia como “dios” con los dos primeros cuentos, la obra no está divorciada
de una espiritualidad, sólo que no es tradicional la que plantea. En el tercer
cuento la negación madura y da un resultado: “El amor es un espasmo de Dios cuando respira…” Uno de los versos
escritos por “él” y que surgieron como resultado del romance con “ella”. Así,
va estableciendo la posibilidad de una comprensión más amplia (¿y
postmodernista?) de la espiritualidad, planteando que “Dios” puede que sea un
ser con espasmos, que respira, y de quien emana el amor que viven los hombres y
las mujeres cuando se encuentran. ¿Acaso podría ser “Dios” ese mismo amor?
¿Acaso podría “Dios” ya no ser visto como alguien que vive en otra esfera y que
maneja los hilos del destino del mundo? ¿Podríamos cambiar de idea respecto a
“Dios”?
Algunos
podrían considerar el planteo teológico de la narración como “egocéntrico”, sin
embargo, podría ser una crítica equivocada o prejuiciosa pues a fin de cuentas
¿las distintas concepciones y multiformes espiritualidades establecidas por la
tradición no podrían considerarse como el producto del ego de los sistemas
religiosos? ¿Acaso esta acción del hombre postmoderno, al deconstruir lo
establecido, no es la misma que ya otros han hecho en distintas edades para
arrojar como resultado la tradición hoy asumida como “la correcta”? Tal vez
bajo esa óptica pueda dársele más crédito a las palabras del autor del libro de
“Lamentaciones” cuando incansablemente repite: “no hay nada nuevo bajo el
cielo”, y yo añado, en sintonía con la obra de César Seco, que ni siquiera los
colores del cielo son nuevos, siempre han sido los mismos.
A
estas alturas del libro, el cielo es rosado.
El
cuarto cuento no pierde ritmo, nos sitúa en el ojo de la desgracia, esa que
nadie espera aun cuando amenaza a diario, esa que aunque se teme no podría
sospecharse su magnitud hasta vivirla. Con la desgracia en curso nos introduce
en la historia, haciéndonos parte de ella, con una narración veloz, que obliga
al lector a acelerar la mirada y transcurrir entre los párrafos. Allí somos
lluvia cayendo y cerro cuesta abajo. El talento de César Seco de mover al
lector al antojo de su ritmo como contador de cuentos es impresionante. La
nostalgia se confunde con el miedo, la tristeza con la esperanza. Y vamos
conociendo aquel trágico evento que azotó al pueblo venezolano de Vargas y cambió por siempre la vida de sus
habitantes. El cielo ya es una mezcla de colores donde predomina el verde, pero
tiene aroma de lodo.
Luego
de abordar la narrativa desde la tragedia, desde el existencialismo, desde el
romanticismo el quinto cuento presenta un mundo post-apocalíptico y es un
derroche de ciencia ficción. César voltea el mundo, cambia la geografía y viste
la humanidad con un traje metálico, incluso sirve sobre la mesa aspectos de las
creencias que componen las ficciones de nuestra realidad, en uno de sus
párrafos cuenta que grupos religiosos consideran que la máquina a cargo del
poder es el anticristo. Aborda la robótica con un estilo único y su historia es
contada con la originalidad que su pluma asoma en los cuentos anteriores. Los
robot, creados para disminuir el crimen, se convierten en criminales. Es la
lucha épica entre el bien y el mal, demostrando que el mal no es cuestión de la
humanidad, que no es una condición o rasgo distintivo de nuestra raza, sino que
es una influencia que puede rechazarse también.
Nos
presenta a Luno Artigas y a través de él podemos observar la utópica esperanza
de todo aquel que idealiza un mejor porvenir pese a los pronósticos y la
realidad. Introduce un tercer elemento en su ficción: alienígenas. Así nuestro
planeta se ha convertido en hogar para tres razas en conflictos, cada una
queriendo recuperar lo que creyó poseer. Cuando uno piensa que la obra está
montada, que la historia está contada, César Seco nos sorprende con una agonía
desdoblada en Luna Artigas y un romance que queda en la imaginación del lector.
El cielo muestra su color anaranjado.
La
narración acelerada y descifrable se pausa un instante, desacelera, pero no
para perder calidad sino para invitarnos a otra dimensión, para hacernos
contemplar otro estilo y género. César nos introduce en el mundo de Elías, un
personaje aparentemente atormentado y no lo sabe, con una “maldición” por su
condición judía… “Y ya sabemos que para los hijos de Israel esto es el
calvario: tener siempre que irse a otro lugar, indignos de confianza alguna,
obligados siempre a la diáspora, a marcharse a donde suponen les espera “la
tierra prometida”. Nos internamos en la
humanidad del judío maestro Elías, y descubrimos que no es un personaje ni
negro ni blanco, sus agonías y tormentos no le impide ser un hábil orientador,
no lo privan de “días buenos” en los que sale de su habitación rasurado, bien
vestido y perfumado para ejercer su rol. El cielo es azul también, y mientras
leía la vida de Elías noté de nuevo que César me había involucrado en su
historia. Maestro Elías, quien al principio me deja ver su locura, resultó ser
un hombre de literatura, poeta hábil, distante del destino que le tocó al
final, apasionado por una Zobeida que es su musa, y adicto al éter que resultó
se su perdición. Pero cuando creí que maestro Elías era un personaje digno de
un final feliz, el autor cambia el panorama, no sin antes hacer lógica la
transformación de la trama y desviarnos por el laberinto en la consciencia del
personaje.
Y
con ese cuento César cierra su exposición de arte, con un cielo azul,
haciéndonos consumir éter, impregnándonos con locura.
En
resumen, César Seco es mucho más que un narrador, se percibe cronista,
periodista, poeta. Ha logrado internar una serie de aplicaciones que vuelca
sobre el papel con destreza. Disfruté la lectura de sus cuentos, y me quedé
preguntando de qué color podría ser el cielo mañana.
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