A continuación comparto una
parte del capítulo diez (Presagio), de mi novela Regeneración. En unas semanas
la novela estará disponible a través de Amazon y otros portales…
El fuerte sonido la despertó
agitada, sorda y temblorosa. De un golpe levantó la mitad de su cuerpo quedando
sentada sobre la cama intentando descifrar lo que pasaba. Una neblina espesa
había inundado su habitación, le dificultaba la respiración, se ahogaba. No era
neblina, era polvo. Agudizó la mirada, con sus manos intentó deshacer la densa
niebla de polvo que la agobiaba. El terror aumentó, no podía creer lo que veía.
La pared que separaba su
habitación de la sala estaba derrumbada, el techo de la vivienda se había
venido abajo, sólo quedaba un pedazo sobre ella, notablemente falseando como
amenazando con caerle encima, podía ver que el otro extremo de la casa estaba
en ruinas. No pudo evitar una agonizante tos. Sus piernas no respondían a la
orden de levantarse, pensó en sus padres.
¿Dónde estarían? ¿Qué había
pasado? ¿Qué era ese humo negro que oscurecía el cielo?
Desde su cama vio hacia la
selva que rodeaba la urbanización las Acacias. Creyó ver una especie de fuego
avanzando entre los arbustos. Pensó que eran los nervios. Un sonido agudo le
devolvió el sentido del oído y al instante escuchó crujir el techo sobre ella,
saltó de la cama con un impulso y agilidad producto de su disciplina en el
gimnasio, y el techo cayó sobre la cama haciéndola pedazos. Escuchaba
explosiones, pero menos ruidosa a la que interrumpió su sueño y la hizo
despertar. Seguía escuchando el sonido agudo, era una alarma de emergencia,
poco a poco iba comprendiendo, aunque confundida.
¿Estamos en guerra? ¿Nos están
atacando?
Salió de lo que había sido su
habitación, asombrada, saltando entre los escombros, mirando alrededor. La
escena era apocalíptica, muchas casas de la urbanización estaban sin fachadas,
algunas personas salían heridas a la calle, sangrando, desorientados. Se agrupaban en la plaza frente a su casa, y
desde allí todos miraban hacia el sur con asombro y terror en el rostro.
Escuchó las sirenas de los
camiones de bomberos.
¿Blancos de una bomba nuclear?
¿Qué tan lejos había sido el impacto? ¿Se estarían haciendo realidad sus
pesadillas de guerras?
El miedo crecía y atacaba su
estómago, sintió un frío recorriéndole la pierna derecha y entonces notó la
herida, era leve, un rasguño tal vez hecho con los escombros o quizás un trozo
del techo le había caído estando en la cama y no lo sintió hasta ahora por el
pánico.
Volvió a su casa, rasgó una
tela y con ella cubrió su herida amarrándosela alrededor de la pierna. Recordó
a sus padres adoptivos, no los vio afuera donde se agrupaban atemorizados sus
vecinos. Corrió entre los escombros buscándolos, entró a la cocina y era un
caos. Dos habitaciones se habían desplomado por completo, la sala era un
cementerio de escombros, las lágrimas golpearon desde su estómago, ensancharon
su garganta, inundaron sus ojos hasta rodar cuesta abajo por sus mejillas.
Mileidys Bermúdez no podía
creer que sus padres adoptivos habían sido tapiados por los escombros, no podía
aceptar que estuvieran muertos. Entre los escombros vio una de las fotografías
que con orgullo los Bermúdez mostraban en el interior de la sala, era ella en
medio de ellos, la foto la habían tomado el día de su adopción, a sus doce
años. Habían pasado seis años y ella se sentía feliz y en familia junto a
ellos. Se ganaron su confianza, con cariño, con atención. Y el único secreto
que decidió guardar era el de sus sueños. En sus sueños veía escenas de su
infancia, y aunque no recordaba mucho de su niñez tenía la convicción de que
así era. También tenía sueños que se cumplían, hasta el momento nada alarmante,
sin embargo, algunos sueños eran pesadillas monstruosas y se preguntaba si
acaso esas también se cumplirían.
Les habría contado sus sueños
y su teoría sobre ellos a sus padres, pero sabía que ellos la llevarían a algún
psicólogo, se preocuparían mucho por su salud mental. Ya la habían inscrito en ballet, karate y natación, por el interés de que pudiera desarrollar habilidades
productivas, también la inscribieron en una universidad privada, proveyéndole
lo necesario para su desarrollo académico. El ambiente familiar era celestial,
jamás imaginó que de ser adoptada podría estar en un hogar como ese. Y ahora,
una vez más, todo cuanto amó está derrumbado, sólo quedan ruinas.
Con los ojos fijos en la
fotografía recordó que Nelson y doña Estílita no habían dormido esa noche en
casa, el día anterior habían decidido visitar a sus padres en el campo y ella
se quedó porque debía presentar exámenes al amanecer. Al instante escuchó
sirenas acercándose a la urbanización, se asomó detrás de la única pared que
quedaba en pie, componentes militares se dirigían a Las Acacias. Corrió hacia
la plaza, el pánico se adueñó de ella una vez más, decidió abandonar el grupo
de heridos que estaban reunidos allí, escuchó comentarios que insinuaban que
otra explosión podía ocurrir, aún sin entender qué pasaba corrió a las afueras
de la urbanización, sin dejarse ver por los militantes de la Guardia Nacional.
Entre callejones y veredas se alejó, viendo las calles abarrotadas de autos,
también veía cómo algunas personas invadían locales comerciales para
saquearlos.
Mientras avanzaba escuchó
rumores de lo que ocurría, no era una guerra, no se trataba de una bomba
nuclear, era la Planta Amuay, algo había sucedido allá. Veía grupos pequeños de
personas que corrían en dirección contraria, dirigiéndose a la planta. Decidió
cambiar su rumbo y unírseles. A medida que se acercaba podía ver el incendio
crecer en una de las áreas de la planta, también una pared inmensa de humo
negro que vestía el cielo como marcando una imponente división en el horizonte.
Escuchaba las historias de algunos que se lamentaban, lanzaban plegarias con un
“dios mío sálvalo”.
-Mi esposa no debía estar
allí. Le correspondían sus vacaciones la semana pasada y acordamos que las
dejaría para pedirla de manera que pudiéramos disfrutar en nuestro aniversario
de bodas.
Mileidys miró al señor que le
hablaba. Un hombre de entre treinta y treinta y cinco años, su rostro reflejaba
agonía. Le contó que planeaban tener un bebé pronto, que ella era su vida, que
no sabía que sucedería si ella no sobrevive.
-Salí de casa antes que los
militares llegaran y me obligaran a evacuar llevándome quién sabe a dónde. No
tiene sentido ningún lugar sin ella.
Le pareció romántico el gesto,
pero no sabía si podía sentir ternura en un momento como ese. Se preguntó a sí
misma qué hacía caminando hacia la planta, todas esas personas tenían a alguien
allá, nadie podría estar caminando hacia la planta por mera curiosidad, sin
duda el lugar era una bomba de tiempo, o al menos eso se rumoraba entre la
gente con la que iba.
¿Qué hacía caminando hacia una
bomba de tiempo? ¿Por qué no se devolvía y se montaba en uno de los vehículos
de la Guardia Nacional dispuestos para la evacuación? ¿Cómo estarían Nelson y
Estilita?
Seguro ellos estarían
angustiados, averiguando qué sucedió, intentarían entrar al pueblo, la Guardia
Nacional no les permitiría el paso, desesperado intentarían explicarle a uno de
los funcionarios que su hija estaba en el pueblo, que querían buscarla, la
angustia sería indescriptible, ella los conoce. Se enterarían que hay un
campamento para refugiar a los evacuados, irían hasta allá, al no encontrarla
la angustia sería mayor. Pensó en volver, pero sentía que debía llegar hasta la
planta....
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