Warm Bodies no es una película tradicional de zombis. Lo
noté en la primera escena, cuando descubrí que la voz que narra le pertenece a
un zombi. A principio de año leí literatura “Z” por el interés de escribir una
historia bajo sus elementos (la escribí, la edité, pero no he querido
compartirla, probablemente en octubre la publique NsB en un libro que presenta
dos historias “Z”, la mía y la de Richard Sabogal). Pero no leí una historia
similar a Warm Bodies, donde el protagonista es un zombi que va narrando su
transformación luego de tropezar con una chica a la que ni siquiera intentó
comerse, porque se enamoró.
Arroja datos inéditos dentro del mundo “Z”, por ejemplo,
los zombis disfrutan comer cerebros porque así pueden sentir y ver los
recuerdos de sus víctimas, lo que es equivalente a soñar, algo que ya no pueden
hacer. También es interesante el hecho de que introduce un orden social, por
decirlo de alguna forma, están los zombis y los huesudos o esqueletos. Los
huesudos son los opresores del mundo de los muertos, ellos han perdido todo
rasgo de humanidad, se creen los dioses del mundo, creen que pueden devorarlo
todo y esclavizar a otros, consumen sin consciencia, caminan con aire de
superioridad, como si el mundo fue creado para ellos, como si todo lo que
respira debe inclinarse ante ellos y sufrir la ira del hambre que los hace
existir.
En la película están los humanos, los que no han sido
infectados por la enfermedad que hizo del mundo un desastre, sin embargo,
mientras el protagonista va narrando establece un paralelismo interesante
permitiendo ver que los seres humanos ya estamos infectados, que hemos ido
perdiendo o entregando ese calor humano que nos permite vernos en el otro y
amarnos en el otro. Vamos caminando sin mirar a nuestro alrededor,
ensimismados, ambicionando sólo para nosotros, movidos por hambre, capaces de
destruir, sin ánimo de construir.
El zombi protagonista no recuerda su nombre, sólo
recuerda que comienza con la “R”, y decide que “R” es un buen nombre para él.
Julie entra en escena, es la hija de un militar que gobierna una villa, que
bajo la excusa de sentirse obligado a proteger a los que habitan la villa se ha
acorazado con un carácter inquebrantable y está decidido a matar a todo zombi
frente a él. Julie se asombra al conocer a “R”, hasta el momento pensaba que
los zombis eran todos monstruos, pero ve rasgos de humanidad en “R”, y en una
escena le confiesa “tú te esfuerzas más que los humanos que conozco…” Y es que “R”
se esfuerza más porque ha reconocido que no es lo que otros le han dicho que
es, no es un zombi, aunque está muerto y su instinto lo lleva a comer humanos
él no entiende por qué no puede tener una amiga humana y protegerla, incluso
llevarla a su casa.
La película transcurre y “R” va descubriendo que puede
sentir alegría y tristeza, y una noche hasta tiene un sueño en el que Julie le
dice que la humanidad necesita “exhumarse”. Una horda de zombis los ve un día
tomados de la mano y despierta en ellos el mismo sentimiento que despertó en “R”,
hasta logran soñar también. Otra de las líneas del diálogo que me llevó a
reflexionar fue pronunciada por Julie: “la aceptación es la cura”. Reconoció
que la cura para el mundo que conocía no estaba en exterminar todo aquello que
era diferente a ella y los suyos, tampoco en intentar una transformación, sólo
debía aceptar al otro y darle la oportunidad de estar cerca y de vivir también,
la transformación necesaria sería consecuencia de la aceptación. Pronto “R” y
muchos de sus amigos zombis fueron volviéndose humanos, el corazón les volvió a
latir, aunque nadie podía notarlo, ellos podían sentir que estaban curándose.
El padre de Julie y su ejército se ven amenazados por un
batallón de huesudos o esqueletos que intentan tomar la villa para alimentarse
y “R” y sus amigos zombis se unen a los humanos para enfrentar a los huesudos.
Luego de la batalla y la retirada de los huesudos “R” y Julie quedan frente a
su padre, ella lo protege pero su padre dispara y una bala perfora el pecho de “R”,
Julie voltea hacia él y lo ve sangrando, su rostro refleja miedo, dolor, pero
sonríe, y cambia la expresión de inmediato: “R, estás sangrando, estás
sangrando, los cadáveres no sangran…” Y esa sangre, brotando desde el pecho de “R”
fue la prueba que necesitaba el padre de Julie y todo el ejército para
finalmente aceptar que podían vivir entre los zombis y establecer una nueva dinámica
social.
Los cadáveres no sangran, eso es cierto. Los zombis no
existen, tampoco los huesudos, los humanos no necesitan refugiarse en una villa…
Pero yo conozco una parte de este mundo que habito, donde hay líderes
opresores, huesudos, esqueletos, a los que solamente les importa el hambre que
sienten, hambre de ser prestigiosos, de tener bajo su mando súbditos que actúen
según la voluntad de ellos, que han sido capaces de vestir de sagrados sus
métodos y convertir en dioses sus instrumentos, haciéndose ellos iguales a un
dios, sutilmente, para no ser descubiertos. Muchos de esos huesudos ni siquiera
están ya conscientes de lo que hacen, porque la consciencia de ellos es el
hambre que los azota. Para ellos lo sagrado les sirve, y algunos han tomado al
Cristo para sus fines, secuestraron su imagen y trastornaron el símbolo que
representa. Así, dicen que el Cristo es dios, y ellos sólo hacen lo que el
Cristo les ordenó. Y más debajo de ellos están los zombis, esos que aceptaron
que los huesudos están al mando porque fueron elegidos, que no se acercan
directamente al Cristo, sino que se acercan a lo que aquellos dicen que es el
Cristo, porque han sido condicionados a eso.
“Los cadáveres no sangran…” Cuando escuché a Julie gritar
con alegría, vi al Cristo en su cruz. Agonizando, con la mirada perdida, con su
“tengo sed”, con su “por qué me has abandonado”, con su “consumado es”, “ya
está, llegó el fin, mi fin, estoy muerto…” Algunos dicen que la tierra tembló,
que la hora se hizo más oscura, que el cielo tronó, y tantas cosas más. Yo creo
que esos son artilugios del narrador, para hacer asombroso el momento, para
desviar la mirada del Cristo y obligar a que se miren los elementos que dan a
entender que el hombre en la cruz no era un hombre ordinario sino un dios.
Antes funcionaba conmigo…
“Los cadáveres no sangran…” Cristo en la cruz, yo no
podría alegrarme ya de su muerte, llevo años reflexionando en su muerte, viendo
en ella una razón para seguir intentando cambios a mi alrededor, porque no es
justo que un Cristo sea crucificado, y no es justo que eso siga pasando, pero
nos dijeron que debemos celebrar su muerte, porque él es un dios y su muerte
nuestra redención. Pero los dioses no sangran, y allí en la cruz el Cristo
sangró y dicen que su sangre limpió los pecados del mundo, pero no me convence ya
esa teología “huesuda, esquelética”, vestida de sagrada para oprimir, esa
teología que distancia al hombre de la vida del Cristo, que lo redime, sí, lo
redime, pero de su obligación de imitarlo en el afán de establecer justicia
social e igualdad de derechos, de imitarlo en su afán de volcarse en contra de
los sistemas que oprimen con ideologías y políticas inhumanas.
Los dioses no sangran, y lo digo con alivio. El Cristo
sangró, y su sangre era sangre humana, de la nuestra, de nuestra raza. Sangró y
su sangre lejos de ser una poción mágica cristianizada, es la razón para
colgarnos en él, y hacerlo vivo en nuestros actos y palabras. Con alegría grito
que el Cristo sangró y los dioses no sangran, con alegría sin celebrar, pero
con mis ojos brillando de emoción, porque uno de los nuestro demostró que se
puede ser ente de bienestar social, que podemos ser útil al otro, aceptarlo,
amarlo, extenderle la mano, invitarlo a nuestro circulo, hacerlo nuestro circulo,
hacernos el suyo. Una teología “Cristo-céntrica” no puede pretender partir
desde la muerte del Cristo para vestirlo de dios y decir que su muerte
transforma al mundo, señores: es evidente que no, el cristianismo fundamentado
en esa teología ha servido para establecer escenarios de muerte y opresiones, y
hablo en términos generales, y echemos un vistazo a la historia, porque esa
teología lejos de ser “Cristo-céntrica” es “muerte-céntrica”, y genera muerte,
y es raíz para que actitudes esqueléticas emerjan.
Impresionantemente, dentro de la esfera cristiana son los
movimientos que se divorcian de las actitudes enraizadas en la teología
muerte-céntrica los que logran establecer beneficios para el aparato social
desde sus estructuras. Una teología “Cristo-céntrica” debe partir de la vida
del Cristo, debe reconocer que él fue evangelio encarnado, su comportamiento,
su actitud; la buena noticia no es su muerte, la buena noticia es que el Cristo
vivió, fue entre los hombre, fue hombre entre hombres, ser humano, y que su
humanidad refleja cuál es nuestra naturaleza, que ninguna doctrina de
depravación o naturaleza pecaminosa debe impedirnos imitarle y ser mejores, ser
lo que realmente debemos ser.
En Warm Bodies, los huesudos o esqueléticos se
extinguieron cuando ya no habían zombis al servicio de ellos, cuando los
humanos decidieron enfrentarlos. Unámonos en la humanidad del Cristo, vamos a sabotearle
el juego a los huesudos que nos vienen con sus teologías esqueléticas, armemos
una teología cristo-céntrica, para combatirlos, una que se establezca sobre las
bases de la aceptación y el amor, tal como lo modeló el Cristo, una cuyo fin
sea la apertura un escenario humano de unidad, de hermandad, y no de
proselitismos y prestigios, que la igualdad en diversidad nos arrope y que el
Cristo sea nuestro símbolo, que en su muerte podamos ver la necesidad de vencer
la opresión no sólo la que nos jode a nosotros sino al otro también. Y
recuerda, “los cadáveres no sangran, los dioses tampoco…”
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