jueves, 7 de febrero de 2013

RESEÑA DE "BOCADOS DE SILENCIO".


En una galería de arte resalta aquella obra que se transmite a sí misma, impregnándose en el alma del observador, haciendo espacio para incrustarse en la memoria; para ello el artista debe hacerse uno con su obra y ofrecerse sin abusar de recursos ni caer en la tentación de la mezquindad. No son las palabras exactas las que preocupan a un poeta hábil sino las que logran vestirse de vida en armonía, las que resucitan saltando del abismo donde el enigma muere para servir de contexto a las emociones y mutar en la entrega.

No soy poeta, apenas juego a escribir, pero Rafael Ayala Páez eleva al lector mediante sus letras al estatus de poeta, y lo fui mientras recorría las veredas del silencio que se ofrece a bocados, que palpita con fuerza, dinámica y sentido, que deja de ser silencio para mutar y enfurecer los recuerdos que resignados a la pasividad nunca más volvieron. Sus letras no son laberintos, son senderos bien delimitados, como aquellos que el tiempo creó, por donde fluyen las aguas liberadas desde el mar, sin conocer destino pero aventuradas al cauce.

Bocados de Silencio no es poesía accidental, tampoco es construcción forzada, uno lo percibe al finalizar la lectura de la obra completa, pues mientras avanzas estás muy ocupado en sus imágenes, en los movimientos y en el recorrido mismo. Pensé que leería el libro en un momento, pero la noción del tiempo se pierde y se exalta la consciencia, se excita, adueñándose de todo y así se disfruta las mudas del autor, su habilidad de encarnar cada frase e invitarnos a ser parte de ellas.
El autor atrapa detalles que convierte, con su don, en figuras, haciéndonos visionar el pasado y el paso propio. “Porque ese día partió un azulejo/el rayo quemó los árboles/las calles enmudecieron/y no supe del tiempo” (pág. 19, “Dieciocho de abril”).

Y uno se pregunta ¿quién fue el tiempo y quién es ahora? Porque en su obra no se permite la quietud, el silencio es otra cosa y se desborda en ella, pero la quietud suelta sus amarras y como un huracán se mueve libre y sin medirse. Lo que es, no deja de ser, sin embargo, no es ya lo mismo.

Desde mi apreciación “Bocados de Silencio” es movimiento, mutismo y mutación.  

“Este es mi lugar/el tiempo/tránsito interminable de días/se mueve entre las ruinas de lo que hemos sido” (pág. 55, “Lo que fuimos”).

Y desde su lugar dibuja, consciente del tiempo, permitiéndose transitar, desnudando sus ruinas y arropándonos con sus letras para ser parte de ellas. Su obra es viva, andante, silente, se respira y ofrece transformación. No es un libro que se lee desde nuestro lugar sin ser trasladado; obliga la metamorfosis, con elocuencia y sutil seducción. Desde su lugar nos invita y desde el nuestro partimos. Y se hace profecía, amenazando mientras danza entre el movimiento, el mutismo y la mutación.

“Las lluvias llegarán/el río comenzará a subir/la casa estará oscura y fría/el sol se habrá ocultado” (pág. 54 “Cuando llegue el aniego”).

Se puede percibir la firma de Ayala en toda la obra, que nos anuncia colecciones de poesía que nos caerán como la lluvia desde su inquieta alma, su obra refleja continuidad y empeño. Nadie tan atormentado podría dejar de montar sobre el silencio, nadie tan inquieto podría ponerle fin a su obra. Intuyo que las tres secciones que componen esta magistral obra de arte (La levedad de la materia, Sed del fuego y Bocados de silencio) ya van mutando en sí mismas y van cobrando vida a través de la pluma del autor, intuyo que nos sorprenderá pronto con el resultado de esa sed por el fuego que lo agobia y le insufla movimiento a sus letras. 

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