sábado, 7 de diciembre de 2013

JESUS Y MANDELA/ADIÓS MANDELA

No quiero ser otro más escribiendo sobre alguien solamente porque ha muerto, mucho menos repitiendo consignas propagandísticas. Les diré: me aterra Jesús, me siento atraído por lo que representa cuando se le mira desnudo de esa mal llamada espiritualidad que lo sitúa tan lejos de la humanidad y tan por encima de ella; pero me aterra lo que han hecho con él… Debo corregir, me aterra él. Porque la mayoría y la oficialidad en asuntos de Jesús ha decidido que lo que han hecho con él, es él. Así que ya no existe ese Jesús de pies llenos de barro y su túnica sucia por el peregrinaje por callejones tan puercos que no serían transitados hoy por las instituciones que lo nombran Señor y Dueño, nombrándose ellas de esa forma más bien, con una sutilidad diabólica. No existe ya, aunque probablemente nunca existió, pero me gustaba creer que existía al menos mientras me adentraba en la dimensión narrativa de esos evangelios que también han dejado de ser evangelios. Lejos estamos ya de la época que dibujan las narraciones, en las que ese personaje llamado Jesús dice “presente”, pero precisamente son los libros destinados a preservarlo los que nos insinúan el trazo de su mutación. “Jesús, Señor de la creación”, así lo nombran, con la “j” mayúscula, la “s” de señor en mayúscula, pero la “c” de “creación” en minúscula, y con “creación” nos reunieron a nosotros, entonces no es “Señor de la creación” en el sentido de que le pertenece a ella o emerge desde ella, sino que claramente y arbitrariamente se enseñorea para presumir de mayor, necesario y hasta esclavista, pues a su nombre se debe doblar toda rodilla. Nosotros somos los minúsculos frente a una bestia mayúscula, formulada en concilios y trasladada en doctrinas a nuestros tiempos.

He visto cómo mutan los vivos una vez que han muerto, los han hecho consignas de victorias que no ocurren, no ocurrirán y no son necesarias, así quieran vendernos la idea de que sí. Alguien dijo que no se le puede llamar muerto a los que han luchado por la vida, me niego a creer (mierda que me niego) que quien lo dijo se refería a que aquel que luchó pasaba a ser una consigna propagandística y acomodada al servicio de ideologías que se van separando del ideal central de quien luchó. Yo digo que, no se les puede llamar muertos a los que forjaron la vida, porque se les debe llamar por sus nombres, y sus nombres deben hacernos recordar quiénes fueron exactamente y no quiénes son según las malditas instituciones que secuestran a los muertos para burlarse de ellos. Al Jesús también lo hicieron “vencedor de la muerte”, y así un sistema, o más bien un multi-sistema, llamado cristiano pavonea de “vencedor” e intenta embriagar con su ilusión de “puedo hacerte vencer la muerte”. Pero no, Jesús ni siquiera pudo vencer la muerte, y los sistemas cristianos oficiales e institucionales, en su mayoría, son los verdugos victoriosos en el relato de la resurrección. ¿Vencerá algún día Jesús al cristianismo? No es retórica mi pregunta, es utópica. Y corto el asunto, para terminar de decir lo que quiero y darle mi “Adiós a Mandela”.

Fue un placer haber vivido en sus tiempos. Me voy sabiendo que no fue un personaje creado por narradores con ambiciones de preservar y fomentar una ideología. Yo lo vi abrazando a la Cuba jodida, a esa marginada, menospreciada, y en Cuba abrazaba a todos los marginados y menospreciados, a los minúsculos; lo vi en Venezuela, este país con dolores de parto. Lo vi estrechando la mano del enemigo, dando una lección, humillándolo con su paz, con su lealtad a sí mismo y a nadie más. Lo vi dándoles en los huevos a los más machos, esos que siguen viviendo a base de ficciones para cagarse encima del bienestar.  Lo vi demostrando que no es necesario que nos escriban en mayúsculas para enseñorearnos, que ni siquiera es necesario enseñorearnos, lo vi haciéndolos a ellos tan minúsculo como lo fue él hasta su muerte.

Que nadie diga mañana que el negro venció la muerte, o que no dijo adiós sino hasta luego, que nadie venga con discursos sensacionalistas a decir que se levantó al tercer día, solamente para hacer de él una figura de opresión mediante la imposición de necesidades. Que quede claro: murió, fue vencido por la muerte, no hay reencuentro. Que no lo hagan volver para hacerlo consigna y bandera. Él hizo lo que le tocó, y fue mucho. (¡Oh Mandela tan humano y pequeño para que su nombre recorriera cada rincón del mundo en una sola vida!).

Adiós Mandela, porque si vuelves ya no serás el mismo, y no quiero volver a verte. No resucites, no reencarnes, no me esperes en un más allá, no seas un ángel velando por nosotros, tampoco un santo rogando a nuestro favor… ¡Ni se te ocurra ser un dios algún día! Eso sería lo peor que pueda pasarte ahora, negro… Negro de mierda, quédate en tu tumba, deja que te coman los gusanos, que la muerte cante victoria, que su victoria es mucho más generosa que la victoria impuesta a los que mueren luchando por la vida. Adiós Mandela, que no te vuelvo a nombrar, al menos no por mucho tiempo. Tal vez luego, en alguna conversación con mis hijos, o mis nietos, tal vez te nombre para decirles que sí exististe pero moriste, que fuiste un mortal, un negro sin color y de tantos colores a la vez. Prometo no confundirte con esos “Mandelas” que ya están nombrando esos malditos zamuros come muertos.

Dibujo: Un combattant disparaît/ De Dario Castillejos http://courrierint.com/node/1049658 

domingo, 23 de junio de 2013

LOS CADÁVERES NO SANGRAN, LOS DIOSES TAMPOCO.


Warm Bodies no es una película tradicional de zombis. Lo noté en la primera escena, cuando descubrí que la voz que narra le pertenece a un zombi. A principio de año leí literatura “Z” por el interés de escribir una historia bajo sus elementos (la escribí, la edité, pero no he querido compartirla, probablemente en octubre la publique NsB en un libro que presenta dos historias “Z”, la mía y la de Richard Sabogal). Pero no leí una historia similar a Warm Bodies, donde el protagonista es un zombi que va narrando su transformación luego de tropezar con una chica a la que ni siquiera intentó comerse, porque se enamoró.

Arroja datos inéditos dentro del mundo “Z”, por ejemplo, los zombis disfrutan comer cerebros porque así pueden sentir y ver los recuerdos de sus víctimas, lo que es equivalente a soñar, algo que ya no pueden hacer. También es interesante el hecho de que introduce un orden social, por decirlo de alguna forma, están los zombis y los huesudos o esqueletos. Los huesudos son los opresores del mundo de los muertos, ellos han perdido todo rasgo de humanidad, se creen los dioses del mundo, creen que pueden devorarlo todo y esclavizar a otros, consumen sin consciencia, caminan con aire de superioridad, como si el mundo fue creado para ellos, como si todo lo que respira debe inclinarse ante ellos y sufrir la ira del hambre que los hace existir.

En la película están los humanos, los que no han sido infectados por la enfermedad que hizo del mundo un desastre, sin embargo, mientras el protagonista va narrando establece un paralelismo interesante permitiendo ver que los seres humanos ya estamos infectados, que hemos ido perdiendo o entregando ese calor humano que nos permite vernos en el otro y amarnos en el otro. Vamos caminando sin mirar a nuestro alrededor, ensimismados, ambicionando sólo para nosotros, movidos por hambre, capaces de destruir, sin ánimo de construir.

El zombi protagonista no recuerda su nombre, sólo recuerda que comienza con la “R”, y decide que “R” es un buen nombre para él. Julie entra en escena, es la hija de un militar que gobierna una villa, que bajo la excusa de sentirse obligado a proteger a los que habitan la villa se ha acorazado con un carácter inquebrantable y está decidido a matar a todo zombi frente a él. Julie se asombra al conocer a “R”, hasta el momento pensaba que los zombis eran todos monstruos, pero ve rasgos de humanidad en “R”, y en una escena le confiesa “tú te esfuerzas más que los humanos que conozco…” Y es que “R” se esfuerza más porque ha reconocido que no es lo que otros le han dicho que es, no es un zombi, aunque está muerto y su instinto lo lleva a comer humanos él no entiende por qué no puede tener una amiga humana y protegerla, incluso llevarla a su casa.

La película transcurre y “R” va descubriendo que puede sentir alegría y tristeza, y una noche hasta tiene un sueño en el que Julie le dice que la humanidad necesita “exhumarse”. Una horda de zombis los ve un día tomados de la mano y despierta en ellos el mismo sentimiento que despertó en “R”, hasta logran soñar también. Otra de las líneas del diálogo que me llevó a reflexionar fue pronunciada por Julie: “la aceptación es la cura”. Reconoció que la cura para el mundo que conocía no estaba en exterminar todo aquello que era diferente a ella y los suyos, tampoco en intentar una transformación, sólo debía aceptar al otro y darle la oportunidad de estar cerca y de vivir también, la transformación necesaria sería consecuencia de la aceptación. Pronto “R” y muchos de sus amigos zombis fueron volviéndose humanos, el corazón les volvió a latir, aunque nadie podía notarlo, ellos podían sentir que estaban curándose.

El padre de Julie y su ejército se ven amenazados por un batallón de huesudos o esqueletos que intentan tomar la villa para alimentarse y “R” y sus amigos zombis se unen a los humanos para enfrentar a los huesudos. Luego de la batalla y la retirada de los huesudos “R” y Julie quedan frente a su padre, ella lo protege pero su padre dispara y una bala perfora el pecho de “R”, Julie voltea hacia él y lo ve sangrando, su rostro refleja miedo, dolor, pero sonríe, y cambia la expresión de inmediato: “R, estás sangrando, estás sangrando, los cadáveres no sangran…” Y esa sangre, brotando desde el pecho de “R” fue la prueba que necesitaba el padre de Julie y todo el ejército para finalmente aceptar que podían vivir entre los zombis y establecer una nueva dinámica social.

Los cadáveres no sangran, eso es cierto. Los zombis no existen, tampoco los huesudos, los humanos no necesitan refugiarse en una villa… Pero yo conozco una parte de este mundo que habito, donde hay líderes opresores, huesudos, esqueletos, a los que solamente les importa el hambre que sienten, hambre de ser prestigiosos, de tener bajo su mando súbditos que actúen según la voluntad de ellos, que han sido capaces de vestir de sagrados sus métodos y convertir en dioses sus instrumentos, haciéndose ellos iguales a un dios, sutilmente, para no ser descubiertos. Muchos de esos huesudos ni siquiera están ya conscientes de lo que hacen, porque la consciencia de ellos es el hambre que los azota. Para ellos lo sagrado les sirve, y algunos han tomado al Cristo para sus fines, secuestraron su imagen y trastornaron el símbolo que representa. Así, dicen que el Cristo es dios, y ellos sólo hacen lo que el Cristo les ordenó. Y más debajo de ellos están los zombis, esos que aceptaron que los huesudos están al mando porque fueron elegidos, que no se acercan directamente al Cristo, sino que se acercan a lo que aquellos dicen que es el Cristo, porque han sido condicionados a eso.

“Los cadáveres no sangran…” Cuando escuché a Julie gritar con alegría, vi al Cristo en su cruz. Agonizando, con la mirada perdida, con su “tengo sed”, con su “por qué me has abandonado”, con su “consumado es”, “ya está, llegó el fin, mi fin, estoy muerto…” Algunos dicen que la tierra tembló, que la hora se hizo más oscura, que el cielo tronó, y tantas cosas más. Yo creo que esos son artilugios del narrador, para hacer asombroso el momento, para desviar la mirada del Cristo y obligar a que se miren los elementos que dan a entender que el hombre en la cruz no era un hombre ordinario sino un dios. Antes funcionaba conmigo…

“Los cadáveres no sangran…” Cristo en la cruz, yo no podría alegrarme ya de su muerte, llevo años reflexionando en su muerte, viendo en ella una razón para seguir intentando cambios a mi alrededor, porque no es justo que un Cristo sea crucificado, y no es justo que eso siga pasando, pero nos dijeron que debemos celebrar su muerte, porque él es un dios y su muerte nuestra redención. Pero los dioses no sangran, y allí en la cruz el Cristo sangró y dicen que su sangre limpió los pecados del mundo, pero no me convence ya esa teología “huesuda, esquelética”, vestida de sagrada para oprimir, esa teología que distancia al hombre de la vida del Cristo, que lo redime, sí, lo redime, pero de su obligación de imitarlo en el afán de establecer justicia social e igualdad de derechos, de imitarlo en su afán de volcarse en contra de los sistemas que oprimen con ideologías y políticas inhumanas.

Los dioses no sangran, y lo digo con alivio. El Cristo sangró, y su sangre era sangre humana, de la nuestra, de nuestra raza. Sangró y su sangre lejos de ser una poción mágica cristianizada, es la razón para colgarnos en él, y hacerlo vivo en nuestros actos y palabras. Con alegría grito que el Cristo sangró y los dioses no sangran, con alegría sin celebrar, pero con mis ojos brillando de emoción, porque uno de los nuestro demostró que se puede ser ente de bienestar social, que podemos ser útil al otro, aceptarlo, amarlo, extenderle la mano, invitarlo a nuestro circulo, hacerlo nuestro circulo, hacernos el suyo. Una teología “Cristo-céntrica” no puede pretender partir desde la muerte del Cristo para vestirlo de dios y decir que su muerte transforma al mundo, señores: es evidente que no, el cristianismo fundamentado en esa teología ha servido para establecer escenarios de muerte y opresiones, y hablo en términos generales, y echemos un vistazo a la historia, porque esa teología lejos de ser “Cristo-céntrica” es “muerte-céntrica”, y genera muerte, y es raíz para que actitudes esqueléticas emerjan.

Impresionantemente, dentro de la esfera cristiana son los movimientos que se divorcian de las actitudes enraizadas en la teología muerte-céntrica los que logran establecer beneficios para el aparato social desde sus estructuras. Una teología “Cristo-céntrica” debe partir de la vida del Cristo, debe reconocer que él fue evangelio encarnado, su comportamiento, su actitud; la buena noticia no es su muerte, la buena noticia es que el Cristo vivió, fue entre los hombre, fue hombre entre hombres, ser humano, y que su humanidad refleja cuál es nuestra naturaleza, que ninguna doctrina de depravación o naturaleza pecaminosa debe impedirnos imitarle y ser mejores, ser lo que realmente debemos ser.


En Warm Bodies, los huesudos o esqueléticos se extinguieron cuando ya no habían zombis al servicio de ellos, cuando los humanos decidieron enfrentarlos. Unámonos en la humanidad del Cristo, vamos a sabotearle el juego a los huesudos que nos vienen con sus teologías esqueléticas, armemos una teología cristo-céntrica, para combatirlos, una que se establezca sobre las bases de la aceptación y el amor, tal como lo modeló el Cristo, una cuyo fin sea la apertura un escenario humano de unidad, de hermandad, y no de proselitismos y prestigios, que la igualdad en diversidad nos arrope y que el Cristo sea nuestro símbolo, que en su muerte podamos ver la necesidad de vencer la opresión no sólo la que nos jode a nosotros sino al otro también. Y recuerda, “los cadáveres no sangran, los dioses tampoco…”

martes, 21 de mayo de 2013

LA VERDAD ES UNA PUTA BIPOLAR (HACIA UNA CRISTOLOGÍA DE LA PROSTITUCIÓN).


Con el perdón de las putas, que nunca me han hecho algún mal. Pero así es la verdad en estos tiempos postmodernos, donde los elementos en escena se niegan a superar la modernidad y muchos desconocen el ritmo y transcurrir de la historia.  Se vende al mejor postor, por puro placer, y su placer es ser observada mientras causa alboroto. Al ortodoxo le escandalizan sus movimientos, al liberal sus métodos; y ella sonríe, porque es placentero ser el centro de las disputas, la protagonista de los diarios que se contraponen, el eje central de las narraciones y sus versiones, el hecho de los chisme de calle, y ni hablar de eso de ser el presupuesto de las disputas filosóficas, teológicas, y demás ciencias “pensantes”.  

Yo he escuchado sus risas mientras me hundo en el mundano afán de las discusiones, a veces me susurra al oído palabras de amor, aprendidas tal vez en alguna escuela de putas de la alta, siento su aliento rosando mi oído, y excita mi seguridad, caigo en su juego, porque soy un tonto tal vez, o porque es muy hábil ella… Y así, sin darme cuenta, me convierto en el resultado de su juego. Y cuando lo noto ya he sido portavoz de sus servicios y ella siempre gana.

“Es mi verdad”, así dicen algunos, vestidos de tolerantes y aparentando reconocer la verdad que no es suya, aunque mirando con ojos de mala maña. Que la verdad no es de nadie, deberíamos saber. Porque ella es escurridiza, traicionera, juguetona. Ayer estuvo de parte de la tierra plana, hoy nos dice que ayer mintió, pero asegura que hoy sí que no miente y su argumento más atractivo: no puede haber mentira en la verdad. De falacias sabe ella, así ha logrado sobrevivir mientras los pueblos se destruyen en su honor, honor que no tiene porque lo ha vendido también.  

“No hay mentiras en la verdad, sólo es asunto de percepciones”, es uno de los susurros con los que justifica sus antifaces. ¡Durante siglos matándonos por las percepciones! Ella es así, linda y seductora, pero peligrosa y explosiva. En su nombre las sectas se hacen llamar “religión oficial”, “política correcta”, “oposición honesta”; y cuando los tiene domados y se revuelca con ellos en el burdel donde yace su cama, se revela como percepción, pero ya es tarde porque la percepción vale más que la verdad, así como los orgasmos, que nada tienen que ver con la ética o la moral, y a veces ni siquiera con el amor.

¿Quién podría culparnos por amar la verdad? Que nos culpen por fanáticos, por irracionales, por crédulos, por ignorantes, por sentimentales, por estar dispuestos a defender la verdad con nuestras  vidas y las vidas de otros. ¡Pero no por amar la verdad! Que ni siquiera nos digan que es la verdad la que incita todo lo anterior. ¡Con el santo sí, pero no con la limosna! Porque creer y amar la verdad da una seguridad y nada importa que sea un espejismo. Seamos excluyentes, altivos, frenéticos, egoístas, pero no importa si la verdad mueve su pelvis sobre nosotros.

Si alguien nos dice que la verdad se acuesta con el otro bando, pierde su tiempo. Ella es una puta  divertida, pero escoge muy bien a sus amantes. ¡Abre los ojos tonto iluso que apuñalas a tu hermano por ella! ¡Abre tus ojos cabrón, que yo la he visto danzando frente al otro bando y sonriéndole!

Ella se contorsiona, fija sus ojos en el público, gira en torno al tubo plateado en el escenario, sonríe y da la espalda, se cubre entre las sombras… Y aquí viene mi argumento: “yo lo sé, yo lo vi”. Borracho estaba, embriagado de verdades que bailan, mareado salí y al amanecer ella ya se había incrustado en mi corazón. ¿Cómo puedo decir “yo lo sé, yo lo vi”, si estaba borracho? Mi vista viciada, mis oídos escuchaban fantasmas. Cuando pasó factura me había creído el cuento de que fue por amor. La verdad no sabe de amor, no más de explotarlo y hacer riquezas con él. Y hay astutos, “proxenetas de la verdad”. ¡Y no intenten aguantarme que llegué a donde quería!

Si es usted un iluso amante de la verdad, deténgase, abandone esta página y vaya a hacer el amor con la verdad mientras ella esté dispuesta y no aumente el precio y no pueda pagarlo. Antes de que tenga la capacidad de notar su mecanismo y termine con una botella de ron en sus manos lamentando los años perdidos. Grato favor le haría el despecho, notaría usted, iluso amigo, que hay más gusto en el ron que en los favores de una puta traidora.

Voy con los proxenetas.

¡Malditos son con maldición! (y esta frase escatológica ni siquiera es mía, y para muchos es sagrada porque está en la biblia, vayan y vean Malaquías 3: 19).

Que si yo hubiera sido “el escritor sagrado” me le rebelo a dios y le digo: “olvídate de los diezmos, que aquí en contexto hay un mal mayor: manejadores de la verdad saquean al pueblo, ese pueblo que según el proverbio, es tu voz (vox populi, vox Dei). ¿Fue Alcuino tu profeta?”

No sé si fue un profeta, y no me importa, ni siquiera sé si en estos tiempos postmodernos el pueblo sigue siendo la voz de dios (lo prefiero mudo y al pueblo siendo su propia voz). Lo que yo sí sé es que hay proxenetas que están engordando sus vientres mientras la verdad lo goza y a su victima se lo lleva… se lo lleva la mierda (más escatología para los que arman teorías apocalípticas en tono de profecías).

Un político que jura ante el pueblo que sus intenciones son buenas, “dame el voto pueblo, vengo con un cambio pueblo”. Y expone sus razones y suelta “su verdad”. Y el pueblo alumbrado por la verdad en un arrebato de excitación le concede el voto y la razón que es suya, así se vuelca contra su hermano, contra él mismo se vuelca el pueblo. Y se devoran por la puta que soltó el político, mientras él cuenta sus votos, engrandece su nombre, se acerca a la oportunidad de su vida. ¡Ningún malnacido político de ningún sucio apellido que viendo la barbarie en el pueblo no expone su vida, merece que su nombre se pronuncie! La verdad en su boca es un instrumento, son oportunistas que ofenden la postmodernidad, son ignorantes que creen ser astutos.

Un religioso que desde una plataforma lanza su verdad sonriendo, y desde allí la ve paseando entre las bancas, pensando “vamos puta verdad, convéncelos de seguirme, aumenta mi número de membrecía y los ingresos”. Y el pueblo que sale al combate, “a ganar las almas perdidas”, así susurró la puta y sí que sabe moverse ella. Y el pueblo adopta la exclusión como conducta, el egoísmo como orgullo. ¡Y no puede estar equivocado el religioso porque un libro lo respalda! Lo llaman sagrado, por cierto, pero lo convierten en un artilugio de la prostitución, en el maquillaje de la puta.

Y en eso se resume el proxenetismo: política y religión.

Cuando la política y la religión dejen de usar “la verdad”, me habrán convertido. Como me convirtió el Cristo a su causa. ¿No dijo el Cristo “yo soy el camino, la verdad y la vida”?

Hagamos Cristología de la Prostitución.

¿Quién podía comprar al Cristo? ¿Podía la política y la religión comprarlo? Él era un desafío para aquellos, su actuación es la rebeldía frente a ellos. Se opone al sistema político-religioso que usa la verdad para hechizar al pueblo, se pone de lado del pueblo y actúa junto con el pueblo y en beneficio del pueblo, sin buscar postularse, sin interés en prestigio. Él sana y dice: “no digas que yo lo hice”. Él da consuelo y dice: “ve en paz”. Los proxenetas dan para ser reconocidos, entregan para poner del lado de ellos, se interesan en que el pueblo vaya con ellos y no en que “vayan en paz”.

En acción es un político, al construir un reino distinto; en acción es un religioso, al declarar que “dios es para todos”. En acción, su retórica es la acción, su lógica la expresa en acción, y él es acción en medio de. Y con su “yo soy la verdad” lanza el golpe más duro en contra de la puta verdad conveniente. “Yo encarno la verdad”, “la verdad está en mí”. En su persona, que es la suma de su actuación congruente a sus palabras. Y así, señores, es como se desnuda a la verdad: dándole otro significado, uno que no puede servirle a los propósitos egoístas, uno que no puede ser objeto de disputas pues sería desconocer la verdad. Si Cristo es la verdad, ¿qué define al Cristo si no es lo que él es? (nótelo por favor). ¿Y lo que él es no es acaso lo que podemos ver en él y desde él? Se rebaja al nivel de puta, mi Cristo se rebaja al nivel de puta, para desnudar la verdad y darle otro significado y otro uso. Y desde allí hace emerger una verdad que no depende de percepciones ni le pertenece a nadie, sino que debe ser encarnada también. Así que el Cristo se expone como verdad, como puta, y los religiosos y políticos que no pudieron comprarlo terminaron asesinándolo.

¡A sabotear el juego de puta con el que los proxenetas han pretendido hacer del pueblo un corral!

Y si la modernidad pudo postular sus mitos y hacerlos caracteres de su tiempo, vamos, despiertos, hijos de la postmodernidad, a postular los mitos que nos tocan, que hoy nos lancen piedras, pero que mañana  los hijos del porvenir reconozcan que hicimos el esfuerzo, y voy con el mío (con mi mito)… “Había una vez, una puta divertida que llegó a su fin cuando el pueblo comprendió mediante el ejemplo del Cristo que en cada uno de nosotros hay una prostituta en potencia…” (Espero en unos días desarrollar más esta locura de la cristología de la prostitución).

viernes, 10 de mayo de 2013

RUBIA, CAPÍTULO UNO.


Por la alegría de ver mi novela Rubia participando en la edición XVIII del Rómulo Gallegos, les comparto el capítulo uno. Espero lo disfruten:

Es mediodía. Da igual verano o primavera; por estas tierras el sol de mediodía empaña el clima con su calor. Sería casi insoportable de no ser por las ráfagas de aire fresco que nacen entre las montañas y se desprenden desde lo alto del valle, allá arriba, donde los robles lo bordean como custodiándolo. ¡Valle legendario! Escenario de tantas historias. El aire viaja danzando, viento recio y solitario, juega entre los árboles, acaricia los samanes, árboles de lluvia, cenizos y de porte asombroso; seduce a los cedros, legendarios como el valle y silba entre ellos; sigue su camino, agitando la hierba en las planicies, donde reposa el ganado. Roza el agua de los ríos, dispersa a lo ancho y largo de estas tierras, bebe del Arroyo del Cardón y su recia danza encuentra calma. Ya no es viento solitario, es brisa suave que pasea con elegancia por el valle, que busca compañía entre las calles de Piedrita y Cañaveral, y avanza hasta Rivera y Agua Santa, no se detiene hasta que llega a lo más profundo del valle: El Consejo de Ciruma, y allí se perfuma con el aroma del aceite de cabimo.

Da igual verano o primavera, el sol o la brisa; da igual la sombra del cabimo bajo el cual está sentada en uno de los bancos de la plaza del indio, ajena al aroma del aceite, indiferente al verdor de las montañas que aun a lo lejos coquetean majestuosas. No importa el mundo fuera de ella y el suyo se ha detenido, el futuro tiembla y se inclina junto al presente, el pasado reina y se burla; el espacio es un vacío reducido a la medida de los interrogantes, donde no caben sueños y deseos, donde muere la sonrisa y brota el dolor. En ella, el sol es odio inclemente que empaña el alma con su calor y el valle, es su corazón que llora la ausencia de la brisa.

Ella es Rubia, la del nacimiento milagroso, la niña prodigio, la adolescente pródiga que una vez conoció el amor, la joven del millón de errores, la niña linda, la de los ojos de su abuelo; ella es una historia que aún no termina. Es hoy, un mundo distante y ajeno… Es un suspiro…

<<Soy Rubia, y tengo veintiocho años>> piensa, y es un lamento <<o tal vez soy veintiocho años llamados Rubia. Mi nombre debe ser sinónimo de desgracia, de desastre o constante aflicción. Sé que es inútil y tonto creer que puede cambiarse el pasado, pero… ¡Cuánto daría por cambiar aunque fuera un solo evento y desde allí caminar un trayecto distinto! entonces otro sería el presente y valdría la pena un futuro…>>

Al paso de la brisa una hoja se desprende del cabimo, es arrullada con ritmo lento, cae en el cabello de Rubia y allí reposa, sólo unos segundos, ella la toma con sus manos y siente la humedad del aceite en sus dedos, contempla el verde intenso y vivo de la hoja que la invita a despertar ante el mundo que la rodea. Sus ojos azules se funden en el horizonte, se pierde en el azul del cielo mientras suelta la hoja que cae al suelo. Frota entre sí los dedos aceitosos y regresa del horizonte, se encuentra con ella misma fuera de su mundo interior, bautizada con el aroma de la primavera.

<<El aceite de cabimo... si fuera tan fácil disipar el odio...>> piensa, y es un tímido deseo <<Las manchas del corazón son imborrables, no hay aceite que valga>>. Es una sentencia.

Recuerda el relato que una vez escuchó: en el año 1890 una extraña enfermedad azotó al estado Falcón, estado limítrofe con el estado Zulia. Una mancha aparecía en la piel y al cabo de dos semanas ésta se convertía en una llaga y, poco a poco, se extendía por todo el cuerpo. Las personas infectadas por esta enfermedad se iban pudriendo en vida, presentaban síntomas como fiebre y debilidad para ejercer cualquier tipo de actividad. Así, las víctimas de la enfermedad estaban condenadas a morir en un lapso de dos meses después de que la mancha se convirtiera en llaga.

Cuatro familias, los Quero, los Pachano, los Morles y los Suárez, decidieron abandonar el estado unidos como una sola familia, los más ancianos presentaban ya la mancha en la piel y en la familia Morles, un niño iba infectado también. Partieron en caballos, arreando sus ganados, con provisiones para un mes de camino, y la esperanza de encontrar un caserío en el estado Zulia donde poder establecerse lejos de la infección del estado abandonado. Llevaban también semillas de maíz, de auyama, y de otros alimentos, creían que, de no conseguir un caserío, podrían fundar en alguna tierra uno para las cuatro familias. Tras dos semanas caminando en medio de la selva falconiana y sin conseguir nada, el niño Santiago Morles presentaba fiebre con frecuencia y sus padres se desesperaban ante la idea de que pudiera morir en aquel peregrinaje. Los ancianos también se descomponían aceleradamente.

Encontraron un arroyo bordeado por cardones y se detuvieron para calmar la sed de los animales. Mientras las bestias se saciaban, un indio se les acercó. Se alarmaron al verlo, semidesnudo y de aspecto rudo. Cuando estuvo cerca, el temor aumentó al notar una cicatriz en su rostro que parecía dividírselo en dos. El indio parecía llevar un objetivo: sin distraerse, caminó directo hacia el niño, que estaba rodeado por sus padres y en los brazos de su madre, se abrió paso entre ellos y, ya frente a él, se inclinó a su altura. Nadie se resistió a su presencia. El indio miró el antebrazo del niño donde la mancha comenzaba a supurar.

Esto dijo tocando la llaga con su dedo­ mal de ciudad. Hombre de ciudad mucho odio.

Luego señaló al frente del arroyo y agregó:

Un día de camino, detrás de robles hay valle de cabimos, yo indio Ciruma pasar por allí y ver el árbol que bota aceite, aceite untar en piel de niño. Niño sano. Aceite cura odio.

Se levantó y sin esperar una palabra ni pronunciar ninguna otra, se alejó en sentido contrario al lugar que había señalado.

Por varios minutos, hubo gran discusión entre las cuatro familias, los Quero y los Pachano creyeron conveniente tomar otra dirección diferente a la que el indio les había indicado, pensaron que sus palabras podrían ser una trampa para desviarlos por ese camino y en compañía de la tribu despojarlos de sus bestias y mercancías. Sin embargo, la desesperación de los Morles les llevó a confiar en las palabras del indio Ciruma y, apoyados por la familia Suárez, decidieron dirigirse hacia el valle de los cabimos. Las otras dos familias terminaron siguiéndolos también. Al día siguiente, ya al anochecer, llegaron al lugar, contemplaron el valle bordeado por los robles, en él varias docenas de cabimos distribuidos a lo largo y ancho del valle. Era primavera, el olor del aceite que segregaba cada árbol era agradable al olfato, daba la impresión de estar dentro de un nuevo mundo. Tomaron aceite de cabimo y lo untaron a los infectados por la enfermedad, sobre las manchas y sin frotarlo, como había indicado el indio con señas. Tres días después de que los pacientes padecieran una fiebre intensa por las noches, las llagas desaparecieron junto con la fiebre y los síntomas de la enfermedad.

Decidieron establecerse en aquel lugar y, en honor al indio, que nunca más volvieron a ver, llamaron al pequeño caserío “El Consejo de Ciruma”. Cada familia se adueñó de una porción de tierra suficientemente espaciosa para construir casitas de barro y fundar pequeños conucos en los que sembraron las semillas que traían y así asegurarse la alimentación de la población. Se proveían de agua del arroyo al que llamaron “El Cardón”, el mismo donde les encontró el indio. Tan pronto como se establecieron, un representante de cada familia volvió al estado Falcón exportando el aceite de cabimo para que pudieran salvar a los pacientes que agonizaban y a los que iban siendo alcanzados por la enfermedad. Así, la fama del pequeño caserío corrió con rapidez.

En 1900, la Iglesia Católica consideró que la aparición del indio había sido un milagro, y lo atribuyó a San Antonio de Pádua, a quien veneraban como un santo patrono de los viajeros y cuya fama entre los laicos era conocida desde 1890. Enviaron a un cura para que se encargara de guiar espiritualmente a los habitantes del caserío, que aumentaban en número ya que la exportación del aceite al estado Falcón había servido como una puerta de entrada a otras familias que decidieron mudarse. El caserío creyó conveniente la presencia de un cura en aquel lugar y aceptaron la interpretación que la Iglesia Católica le dio a la aparición del indio, lo creyeron un verdadero milagro y no faltó uno que dijera haber sentido un impacto profundo tras las palabras del indio: “el odio del hombre de ciudad”. Sin embargo, nada acertada les pareció la elección de la santa iglesia con respecto al enviado cuando lo vieron llegar.

Rufino Pérez Valles era un joven de 25 años cuando llegó al pueblo. Acababa de salir del seminario, y una semana le bastó para cambiar la impresión que su llegada causó en los habitantes de El Consejo de Ciruma. Era joven e inexperto, pero apasionado y laborioso. Se ganó el respeto y la admiración de cada uno de los habitantes, quienes luego lo consideraron no solo el cura del pueblo sino también la máxima autoridad. El padre Rufino, llamado así al pasar los años, logró que las autoridades regionales posaran su mirada sobre el caserío. Consiguió que el gobierno regional construyera dos edificios destinados a la educación básica y diversificada de los habitantes del ya considerado pueblo y de los que habitaban los caseríos que se habían formado alrededor del mismo. También instauró la celebración del aniversario de la llegada a aquellas tierras de sus fundadores, la segunda semana de junio se festejaban las llamadas “Ferias de San Antonio”. Aquellas ferias fueron motivos de la visita de pobladores de otros estados.

En 1930 el gobernador de turno en el Zulia visitó la Feria de San Antonio y bautizó el pueblo como “El Jardín del Zulia”, nombre con el que luego el niño Santiago Morles, ya adulto, publicó una obra de poemas centrados en la fuerza y virtudes de la naturaleza. El gobernador prometió ese año construir un ambulatorio rural en el pueblo, y una plaza a la cual declaró que llamarían la plaza del indio, y que además, de ser electo de nuevo como gobernador del Estado Zulia, incluiría en su presupuesto un programa para la construcción de viviendas dentro del presupuesto regional, cuyo pago sería cómodo y ajustado a la economía de los habitantes del pueblo. Si bien todas esas promesas fueron charlatanería política y oportunista del gobernador, el padre Rufino se encargó de que las cumpliera todas. La Plaza del Indio quedó construida en el centro del pueblo, en medio de ella un cabimo era protegido como símbolo de esperanza y recordatorio de que el odio era una llaga que apagaba el espíritu del hombre.

Ya en 1950 el Consejo de Ciruma era un pueblo ajustado a la modernidad de la época. Ese año, la Iglesia Católica envió al gobierno nacional planos para que patrocinaran la construcción de algunas catedrales en las ciudades y pueblos que aún no tenían ninguna. El gobierno nacional los distribuyó a los estados correspondientes, quienes sortearon las construcciones para decidir cuales se llevarían a cabo ese año. Se aprobó la construcción de la catedral en el Consejo de Ciruma. Una confusión en los planos hizo que se iniciara la construcción basada en los planos de la catedral que debía corresponder a la ciudad de Cabimas. Cuando el gobierno regional hubo caído en cuenta de esto ya se había iniciado la construcción y así, el pueblo presumía de una catedral moderna y lujosa. La confusión de los planos se le atribuyó al santo patrono del pueblo como un milagro.

La entrada del evangelio protestante al pueblo, a finales de 1960, habría sido imposible y no aceptada por los habitantes de no ser por la aprobación del padre Rufino, cuyas decisiones y avales eran respetados aun cuando contradijeran la voluntad del colectivo. A pesar de que el protestantismo por esa época representaba una amenaza para la Iglesia Católica arraigada en costumbres y tradiciones, siendo tal protestantismo una expresión de nuevas propuestas consideradas liberales por el sector ortodoxo, el padre Rufino expresó siempre su inclinación a un escenario plural, diverso, tolerante.
A los 95 años de edad murió, y en su honor se levantó un monumento en la Plaza del Indio junto al Cabimo que está en el centro del mismo. Fue recordado siempre por su carisma y sus obras. Meses después de su muerte, el gobierno inició la construcción de otra plaza frente a la catedral, la Plaza Bolívar, fruto también de los esfuerzos en vida del padre Rufino.

En el pueblo, todas las generaciones escuchaban la historia del indio y del aceite de cabimo que curó la enfermedad de la mancha de la piel. Y Rubia la escuchó de labios de su abuelo. Recordar esta historia es recordar al abuelo, es recordar la razón por la que está sentada allí. Limpia sus dedos, asqueada del inútil aceite, mira el monumento y lee debajo de la imagen del cura Rufino Pérez Valles: “El Odio puede llegar a ser…”. Suficiente para esquivar la inscripción, para no leer lo que sigue, para ignorar al mundo de nuevo.

<< ¡Te odio abuelo!>> Y los ojos se le humedecen. No es fácil luchar contra el odio, no cuando las heridas aun duelen, cuando no cicatrizan. Rubia no admite curación, quiere, pero no puede. No se lo permite. Para ello debe hacerse débil, y una vez lo intentó y de nada sirvió, otro intento es un lujo, los daños podrían ser mayores.

Se conmueve ante su declaración, el odio sigue vivo; se reduce de nuevo el espacio y desde el vacío se asoman los interrogantes, el “qué habría sido de mí”, “cómo sería yo”, “dónde estaría”, el “cuál es la razón por la que tuvo que ser así” y el “quién puede entenderme”; y cada pregunta es un leño que excita las llamas del odio y el dolor…

-¡Por qué no te consumió la maldición de la lejanía en Agua Santa!

Y no quiere llorar, pero las lágrimas huyen del ardor del fuego en el alma.

Visita el blog de mi novela: http://www.minovelarubia.blogspot.com/

viernes, 26 de abril de 2013

MARCELO CHACÓN.


Una vez al mes bajaba, así había sido durante los últimos once años. Al pie del cerro un barrio, inundado de gente que sueña, de otros que se esfuerzan y algunos que despojan de sueños y burlan esfuerzos. Los fines de semana hay fiesta en cada calle del barrio, en algunas las fiestas son de “traje”, así lo dicen para aliviar la pobreza. “Cada quien trae algo”, advierte la morena pelo amarillo el jueves en la noche a sus amigas. Y el viernes las cajas de cervezas se reproducen y se olvida que la vaina está dura, que los gobiernos pasan y queda el hambre, que la delincuencia no respeta la vida y que el tío Santiago murió el martes. Y que los muertos entierren a sus muertos porque los vivos tenemos que enterrarnos en la vida para poder vivir o al menos intentarlo. Prohibido hablar de política en las fiestas, nada de esos temas que oprimen la semana, el fin de semana es para darle fin a la semana y sus  opresiones. Se oyen los chistes, los ojos brillan, el alcohol hace lo suyo.
Del cerro bajan también a las fiestas. Mucho cuidado que a veces se forman unos tiroteos, hay muchos que no bajan la guardia y andan dispuestos siempre a matar la culebra por la cabeza. Así sucede por estos lados y allá también, allá en Caracas. ¿Y no somos de Caracas acaso? No, somos del barrio, de aquí del barrio, allá en Caracas es otro peo, allá son otras historias, o las mismas historias pero pasan en Caracas y es asunto de ellos.
Los años transcurrieron solitarios, para él solitarios, cansados. El cerro se transformó con el tiempo. Cuando llegó, los caminos eran de tierra y las casas se mostraban intermitentes, una a mitad del cerro, otra con la fachada hacia el oriente y una más arriba: la suya. Pero ahora está inundado de ranchos de latas y una que otra vivienda de bloque, algunas mitad de latas y mitad de bloques. El solitario y cansado cerro ahora luce alegre y abarrotado. Desde el mes de noviembre se le puede ver forrado de luces, porque la gente puede que no tenga para comer, pero para festejar siempre hay, sobre todo si se trata de la navidad.  A él le daba igual la navidad, no entendió cómo se puede festejar el nacimiento de alguien cuya vida se irrespeta y se toma para hacer religión.
La única casa que nunca tuvo lucecitas de navidad fue la suya, que tampoco era de lata ni de bloque, tampoco mitad de lata y mitad de bloque. La suya es de barro, toda de barro, sí, todavía es toda de barro. Tiene un patio inmenso que se une con la selva que forra el cerro y que poco a poco ha sido vencida por la mano del hombre. Allí, en el patio, cosechaba sus racimos de plátanos y cambures, también cultivaba cilantro, cebollín, tomates. Era su pequeña granja, el patio le recordaba sus raíces, fue su pedacito del pasado frente a él. Y es que la entrada principal de su casita de barro está de espalda a la calle y de frente a la selva, porque se negaba a ver cada mañana el avance de un progreso engañoso, eso significaba para él la calle asfaltada, las casas vestidas de bloque que ahora conquistan progresivamente el cerro. “Mientras el país se viste de concreto y asfalto la gente se viste de ignorancia”, escribió una vez. Le molestaban las modas que han suplantado la cultura. También los discursos políticos, las promesas incumplidas de siempre.
Era el único en el cerro que no participaba en las contiendas electorales, o como las llaman ahora: fiestas electorales. Para él era su esfuerzo el que lo mantenía vivo, y no necesitaba que un político le resolviera la vida. La pensión que recibía una vez al mes nada tenía que ver con la bondad de los gobiernos, fue un derecho que se ganó porque él sirvió a su país y fue en el ejercicio de su servicio que creyó comprender la ineficacia  de los esfuerzos políticos. Decidió convertirse en un renegado, ermitaño, asocial, solitario. Y en sus últimos once años no dudó que había sido su mejor decisión.
Su nombre: Marcelo Chacón. Fue un revolucionario, añoró siempre los tiempos de Cipriano Castro, a quien definió como un izquierdista tímido e indeciso, tal vez ni él sabía que era de izquierda. Marcelo lo admiró tan pronto notó la revolución que generaba en términos de Fuerzas Armadas. Pero quedó inconforme con su gestión. En algún momento fue alcalde de un municipio en el centro-occidente del país, fue cuando decidió no creer más en la política; dos años antes había dejado de creer en el dios de quien tanto hablaba María Eugenia Salazar de Chacón, su madre. Ella, tan revolucionaria como él, era una católica un tanto rebelde. Su esposo murió de una mordida de culebra, cuando Marcelo apenas tenía un año, así le quedó a ella la responsabilidad de mantener la hacienda que su esposo heredó de su padre, que su suegro heredó del padre suyo, y que el abuelo de su esposo había conquistado en tiempos turbulentos. También debía criar al pequeño Marcelo y cuatro hijos más que le habían nacido uno tras otro, teniendo el mayos seis años.
En tiempos en los que la mujer debía dedicarse a la cocina, y guardar silencio, María Eugenia se dedicó a llevar las riendas de una hacienda que producía trabajo para la mitad de los hombres del pueblo. Se convirtió en un mito en otros pueblos, y cuando paseaba por el mercado las mujeres sonreían porque a su sombra se sentían libres e importantes. Murió de anciana, cuando Marcelo tenía treinta y tres años, justo cuando comenzaba su gestión como alcalde del municipio que lo vio crecer. “Votaremos por el hijo de la María Eugenia”, decían los ciudadanos. “Ese no tiene necesidad de robar al pueblo, lo tiene todo”. Pero la hacienda heredada se convirtió en un territorio de guerras. Los cuatro hermanos sacaron sus garras para adueñarse de la hacienda, Marcelo se mantuvo al margen, le parecía despreciable pelear por un patrimonio que era de todos y apenas presenció la primera discusión acalorada abandonó el lugar cinco minutos antes de que se convirtiera en un rin de boxeo. Se enteró de la pelea que se armó y sintió vergüenza por la memoria de su madre, así que decidió no ensuciar su memoria formando parte de las trifulcas familiares por un pedazo de tierra.
Seis años después, cuando finalizaba su período como alcalde del municipio, su hermano mayor entró a la oficina y le entregó un cheque. Habían vendido la hacienda y repartieron el dinero en partes iguales para los cinco hermanos.
En el pueblo todavía se recuerda a María Eugenia Salazar de Chacón. Hay un busto en una de las plazas en su honor. Fue mi maestro de Castellano y Literatura quien me habló de Marcelo Chacón. Resulta que durante su período como alcalde del municipio publicó un pequeño librito titulado “La Revolución Sangra”. El libro no tuvo mucha distribución, y dicen que lo escribió imitando a Cipriano Castro, quien también publicó algunos libros durante su ejercicio en la presidencia del país. El librito contiene trece cuentos cortos, escritos en primera persona, narra la vida de doce personajes y sus historias, desde bibliotecarios nostálgicos y utópicos, hasta militares que fraguaban movimientos de revolución. En el capítulo trece los doce personajes son arropados por un intento de golpe y algunos de ellos envueltos en el golpe de Estado. Cuando lo leí, porque mi maestro me lo recomendó, habían pasado tres semanas de un intento de golpe de Estado en mi país, y pensé que tal vez Marcelo Chacón fue un profeta. Recuerdo que durante mi adolescencia siempre que tropezaba con algún hombre o mujer con características de los personajes del libro, me preguntaba si acaso sus vidas no estarían marcada por las profecías de Marcelo.
Marcelo donó el dinero que recibió de la venta de la hacienda. Con su donación se construyó una biblioteca en el pueblo, y fue allí donde encontré su libro. Su vida no estaba tan lejos de la mía. Pudimos ser vecinos, haber tropezado en alguna esquina, conocí a dos de sus hermanos en mi afán de encontrarlo. Ellos me dijeron que llevaban ocho  años sin saber de él. Yo llevaba tres años buscándolo. Cuando cerca del año 1997 me mudé a Caracas asistí a algunas reuniones clandestinas de un movimiento revolucionario. No estaba interesado en la política, pero tenía mucha curiosidad, y un amigo que siempre vestía franelas con el rostro del Che Guevara y símbolos revolucionarios me invitó a una de esas reuniones. Hablaban de un Teniente Coronel que los inspiraba, su nombre era susurrado con respeto y admiración, y entonces caí en cuenta que se trataba de aquel soldado que había intentado el golpe años atrás. Un nuevo golpe se organizaba, pero esta vez mediante los mecanismos democráticos, decían que harían funcionar la democracia a favor de la izquierda y el país por fin conocería políticas que favorecerían al pueblo. En mi séptima asistencia a la reunión caí en cuenta que estaba en un ambiente narrado por Marcelo Chacón, y para sorpresa mía un joven a mi lado sostenía unos seis libros, uno de ellos se le cayó y lo reconocí: “La Revolución Sangra”.
Pensé que tal vez estaba allí para reanudar mi búsqueda. Recogí el libro para pasárselo al joven, no sin antes echarle un vistazo y descubrir que estaba firmado por el autor. “Mira chamo, ¿te lo firmó el autor en persona o lo compraste así?”. El mismo Marcelo Chacón se lo firmó.
“Tropecé con él hace algunos meses guaro, mira vale, que sí está anciano el Chacón, tiene una barba blanca que le llega al pecho, camina apoyando su mano izquierda a un bastón, viste de guayaberas, casi ni habla. Cuando lo reconocí en la cola del Banco de Venezuela me fui a mi casa pero volando, a buscar el libro, tú sabes. Cuando volví salía del banco y le pedí que me lo firmara. Mira que me dijo “no creas en la política, edúcate y trata de ser alguien en la vida”. Yo quedé reflexionando, y es que, cómo vamos a creer en la política, camarada, no vez que ahorita no hay política sino opresión…”
El muchacho se inspiró a hablar del fascismo y de la utopía socialista, pero yo imaginaba a Marcelo Chacón. “¿En qué banco lo viste?”, le interrumpí y parece que se molestó porque me respondió de mala gana que en el Banco Venezuela a unos metros del capitolio.
Cinco años habían pasado desde el momento en que me obsesioné con encontrarlo y once años desde que se fue de mi pueblo.
Una vez al mes bajaba del cerro Marcelo Chacón, para cobrar su pensión en el Banco Venezuela cerca del capitolio, cerca también de la que hoy es la sede del Ministerio de Comunicación e Información. Por donde por cierto no se puede pasar muy cerca hoy en día, en la esquina antes de la sede hay un edificio que está habitado por algunas personas que perdieron sus casas en la tragedia de Vargas. Si pasas por allí ten cuidado, camina por la acera contraria. No voy a escribir por qué, pues ya me salgo de la estructura del cuento, pero tenía que hacerles la advertencia.
La siguiente semana me fui al Banco Venezuela y estuve los dos días asignados a los ancianos para cobrar sus pensiones, fui con mi libro en mano. El primer día no lo vi, estuve preguntando por él. Un joven que acompañaba a su abuelo volteó hacia mí. “¿Eres familiar del viejo del cerro?” Dije que sí titubeando. Me dio la dirección de su barrio… “Cuando llegas a la taberna de Tulio ves el cerro, si vas camina con cuidado, por allí está la banda de “los pericos”, y no tiene nada que ver con la de esos argentinos que cantan”.
Esperé a ver si el segundo día Marcelo Chacón aparecía por el banco. Me fui sin nada de valor, de nuevo con el libro en mis manos, dispuesto a ir al cerro si no lo veía. Estuve en el banco hasta las tres de la tarde. Tomé un autobús que me llevó a las afuera de la ciudad. Y luego otro que me llevó hasta el barrio. Unos chamos fumaban en una esquina, con un corte de cabello raro, rapados a los lados y una melena en el centro, imaginé que eran los fulanos de la banda de “los pericos”. Cuando les pasé por un lado, uno de ellos me habló. “¿qui hubo viejo? Pásanos algo pa´l  vianda vale”. El tono con el que me habló no era de súplica, más bien fue como una exigencia. Metí mi mano en el bolsillo, ni loco sacaba mi billetera, y saqué las monedas que me habían dado en los autobuses de cambio. Se las entregué, “vaya con dios pues” me dijo otro mientras tomaba las monedas, y al alzar su brazo se dejó ver un revolver en su cintura.
Caminé acelerado, pasé frente a una tasca con un letrero tallado en madera en el que se leía “La Taberna de Tulio”. Miré a la izquierda y vi la calle que me llevaba al cerro. Abordé una de las camionetas que suben al cerro. Y en veinte minutos estaba arriba. En la planicie había un alboroto, una docena de personas esperaban la camioneta reunidos frente a la casa de barro. Un muchacho de unos catorce años mandó a todos a bajar. “Tú no te mueves de aquí”, le dijo al chofer. Tres hombres traían a la camioneta a un anciano de barba muy larga y blanca, vestido con un pantalón gris y una guayabera caqui. Era Marcelo Chacón, estaba cortando un racimo de plátano en el patio cuando cayó al suelo, uno de los vecino lo vio y esperó a que se levantara, sabía que si se acercaba podía recibir un insulto del viejo que todavía tenía orgullo y aire de autosuficiencia. Cinco minutos después el vecino corrió hacia el anciano hombre y lo levantó, se estaba ahogando, con dificultad respiraba. Alertó al resto de la comunidad. Lo sentó sobre una roca mientras esperaban una camioneta. Cuando lo montaron, Marcelo Chacón aun respiraba. El muchacho que el día anterior me dio la dirección me reconoció y les gritó a los demás, “es el nieto, él es nieto del viejo”. Me permitieron abordar de nuevo la camioneta y me senté a un lado del viejo.
Iba agonizando, miró fijamente el libro entre mis manos y creo que lo reconoció. Señaló su pantalón, lo revisé. La camioneta bajaba a máxima velocidad, Marcelo llevaba un diario. Mientras avanzábamos le eché un vistazo rápidamente a algunas páginas, allí estaba plasmada su visión del barrio junto al cerro, su perspectiva de los cambios que se daban en el país, su inconformidad con la gente que le rodeaba, hablaba de su madre y sus esfuerzo, del egoísmo de sus hermanos, de la inutilidad de la religión que no se vuelca a darle la mano al porvenir. El diario era una visión más madura de todo aquello que plasmó en su libro de cuentos. Lo sostuve junto al otro libro, él sonrió. “no creas en la política, edúcate y trata de ser alguien en la vida”, balbuceó. Luego cerró los ojos. No los abrió más.
Mientras atravesábamos el barrio hacia la ciudad de Caracas volteé hacia el cerro, era diciembre y comenzaba el fin de semana, las luces de navidad estaban encendidas en todas las casas, la de Marcelo Chacón no podía vislumbrarse. Vi a un hombre pasear una caja de cerveza en su bicicleta, una morena pelo amarillo recibía en su casa a unas amigas mientras las abrazaba y tomaba bandejas de pasapalos que ellas llevaban. Ese día, del cerro bajarían los muchachos para asistir a las fiestas del fin de semana, o beber en la taberna de Tulio, olvidarían en unas horas la muerte del viejo Marcelo Chacón, pues que los muertos entierren a sus muertos, y del sepelio del viejo me encargaría yo.



A la memoria de los ancianos visionarios que han aportado a la construcción de mi historia, en especial a aquellos que conocí en el año 1997 en el Ancianato de Punta Gorda, que por cierto ya no existe.


jueves, 18 de abril de 2013

SUEÑO CON...


Un mañana en el que mi nombre sea pronunciado por tus labios, en el que mis letras sean para ti un camino obligado para comprender quién fui y quién quise ser, y si tus ojos pasean entre las letras ilusas, tontas, utópicas, arrogantes, pretensiosas, y sí, quizás lastimeras, que dejan escapar mis manos, entonces puede que lo habré logrado. No lo sé, pues el secreto estará en tu memoria, donde la mía será un fragmento codificado por tus emociones, donde mis emociones serán caracteres dibujados en un papel virtual tal vez.

Una historia mía pareciéndose a ti, tanto que la encarnes sonriendo y preguntándote si quizás te imaginé, si acaso estuviste aquí, en mi contexto, si observé en mi dimensión tu silueta, tu andar, tus victorias y caídas. Que se parezca tanto que sea una invitación a mantenerte firme, a no soltarte de la vida ni por un instante, a no desperdiciar una lágrima, a que comprendas que cada lágrima derramada es un elemento valioso para crear.

Tus manos extendidas hacia el mañana, como las mías se extienden para no desmayar, para no soltarse de la vida. Que te amarres a los tuyos, y que los tuyos sean todos, los que ahora son míos, porque yo me amarré a ti y no pretendo soltarte, pues si te suelto habré sucumbido, estaré hundido en el mismo infierno, porque el infierno es el olvido y la no existencia y yo me niego a no existir, me niego a negarme, me niego a negarme frente a ti que hoy existes mientras me lees, yo iluso, tonto, utópico, arrogante, pretensioso, y sí, quizás lastimero.

Tú imaginándome, queriendo construirme con retazos de especulaciones, con pistas que te arrojo. Viendo la oscuridad de mis ojos que se dibujan en el abismo como dos lunas negras flotando en la espesura de mi piel, acariciando con tu lectura el mar de cabello rebelde que me recuerda que soy del tiempo. Tú queriendo crearme para invitarme un café, y conversar conmigo, para perdernos en mis sueños y los tuyos, en mis recuerdos y los tuyos. Estoy dispuesto a ser tu recuerdo.

miércoles, 17 de abril de 2013

MARTIN LUTHER KING, EL CRISTO Y LA VIOLENCIA.


A los doce años tropecé con Martin Luther King. Nadie me habló de él, tal vez escuché su nombre antes y supe que fue negro, no lo recuerdo. Pero sí recuerdo que a mis doce años, cuando la rebeldía comenzaba a aflorar desde mi adolescencia y notaba la injusticia de algunos sistemas, descubrí una vieja biblioteca en un pueblito. El bibliotecario me alcahueteó una travesura semanal, entonces conocí a Rómulo Gallegos, a quien la cátedra de literatura del quinto año del bachillerato me presentaría luego con la formalidad de la educación. Conocí  Canaima y reconocí que todos estamos Sobre La Misma Tierra, lloré el lamento del Pobre Negro, tarareé la coplas del Cantaclaro, aposté por la suerte de la Doña Bárbara,  y así robé de la biblioteca todos los títulos del venezolano escritor. También leí las Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri, sus ensayos que me ayudaron a entender mi identidad latinoamericana en construcción, creo que él lo diría “la no identidad de nuestra identidad”. Conocí a la María de Jorge Isaacs y recuerdo que también conocí a Francisco Massiani a través de su obra Piedra de Mar, a quien, por cierto, hace unos meses vi en un canal de televisión, lo entrevistaban por su merecido Premio Nacional de Cultura 2010-2012, está viejo Massiani, viejo pero lúcido, se le nota un poco sordo eso sí y más dispuesto a confesar sus secretos expuestos con maquillaje en Piedra de Mar.
Leí mucho durante un año, y ese año tropecé con el Martín Luther King. No recuerdo el nombre del libro, pero me contaba la historia de su vida y así conocí el poder de la no violencia. El libro me hizo entender el odio y racismo, y me hizo sentirme negro y oprimido por blancos fanáticos y ciegos. Avancé rápido en la lectura, entendí porque nos odiaban los blancos (sí, fui negro mientras leía) pero aun con todo el entendimiento no podía justificar la opresión. Vi a mis hermanos sangrar, morir, aplaudí el movimiento de algunos grupos que se resistían a la opresión, que quemaban cauchos y autos, que respondían con valentía la violencia blanca. “Putos blancos que nos odian, deberían irse a la mierda, no nos doblegaremos, no permitiremos que nos sigan jodiendo, queremos tener nuestro espacio, nuestros derechos, queremos mear en un baño publico cuando la vejiga nos dice que debemos mear, sin tener que encontrar un letrero en la entrada de un baño público que diga que es sólo para los blanquitos”.
¿Y dónde está Dios que no habla a favor de los negros? ¿Y dónde están los cristianos que no se ponen del lado de los negros? Avancé rápido entre las páginas del libro. Y entre los movimientos que con valentía se oponían a la opresión, apareció él. Con un discurso absurdo y ridículo, diciéndole no a la violencia negra. Saboteando las acciones del Black Power. ¿Qué te pasa King? ¿Eres el King de los pendejos? ¿No ves que nos están ganando la guerra? Y él diciendo que no, que no a la violencia, pero ¿qué de la violencia de aquellos?
No es fácil decirnos “no seas violento” cuando la violencia nos ataca, ¿cierto? Pero que ironía, la historia nos dice que fue Martin Luther King y su filosofía profana y absurda de la no violencia frente a la violencia la que le dio a los negros la victoria, el comienzo de la victoria que no sólo les pertenece a los negros de EEUU y no sólo a los negros.
El 04 de abril de 1968 yo estaba en Memphis cuando Martin salió al balcón de su habitación en el Hotel Lorraine, el libro me llevó allí. El precursor de la desobediencia civil y la no violencia en la lucha de los derechos de los negros recibió un impacto de bala. Horas antes había dicho “Dios ha permitido que llegara a la cima de la montaña y desde allí he visto la tierra prometida”. La maldición de Moisés fue la suya, ver la tierra prometida desde el Pisga pero no poseerla. ¿Lo sospechaste Martin? ¿Te ganó la tesis contraria a la tuya? Contrario a lo que muchos teólogos sostienen acerca del último discurso de Martin Luther King yo creo que lo que vio el activista no violento fue que el destino inevitable de su lucha era el éxito, porque era su lucha y luchó. Un portal cristiano de noticias reseña: “El periodista y teólogo José de Segovia reconoce que en estas palabras había evidencias de que MLK no es ya el mismo joven de las dudas de fe iníciales de su vida pública, fruto de su educación teológica liberal, sino que las crisis y la fragilidad le han llevado a sostenerse aferrado a la esperanza en Dios y en la misión”. No lo creo, la vida de Martin Luther King da la interpretación de su discurso, seguía siendo el liberal lleno de dudas, pero reconocía que su esfuerzo no sería infructífero. ¿En qué podía basarse MLK para tener esa seguridad?
Martin Luther King no fue el precursor de la no violencia, fue el primero en contextualizarla a la lucha por la igualdad de los hermanos negros. Yo lloré su muerte, y con la ventaja de poder salir de las páginas del libro y observar la historia que transcurre sonreí mientras todavía lloraba, sonreí pensando que su vida dio frutos, que toda la tensión y estrés, que según algún médico era la razón por la que su corazón parecía la de un hombre de sesenta años, no fue en vano. Ahora, en este momento, recuerdo que el difunto King fue el primero que me llevó a pensar que el Cristo podía resucitar en nosotros y nuestras acciones. Ayer reflexionaba en aquello de "el cielo sufre violencia y sólo los valientes lo arrebatan", palabras pronunciadas por el Cristo. César Soto, un pastor chileno, me comentó que una versión sugerida dice “el reino de los cielos se abre paso vigorosamente y los vigorosos lo arrebatan ansiosamente”, otro amigo me dijo que una versión traducía “el reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él”. A la luz de las distintas traducciones (si podemos llamarlas traducciones, pero no es lo importante aquí y ahora) parece que aquel que desea arrebatar lo que es el reino de los cielos debe adoptar (¿o asumir?) la misma naturaleza de tal reino.
La violencia del reino, asumiendo que el Cristo encarnaba el reino que proclamaba, es la misma de Martin Luther King, es la fuerza dinámica que se mueve a transformar los escenarios humanos inclinándolos a términos de igualdad y derechos. Y es una fuerza dinámica porque transforma con la actuación y el ejemplo, porque no se deja vencer por el mal haciéndose mal justificándose en los ataques recibidos. La muerte no puede truncar los efectos positivos de la violencia proclamada por el Cristo y por hombres como Martin Luther King. Si creemos en un cambio seamos modelos de ese cambio. Eso sí es violencia.