No quiero ser otro más escribiendo sobre alguien solamente porque ha muerto, mucho menos repitiendo consignas propagandísticas. Les
diré: me aterra Jesús, me siento atraído por lo que representa cuando se le
mira desnudo de esa mal llamada espiritualidad que lo sitúa tan lejos de la
humanidad y tan por encima de ella; pero me aterra lo que han hecho con él…
Debo corregir, me aterra él. Porque la mayoría y la oficialidad en asuntos de
Jesús ha decidido que lo que han hecho con él, es él. Así que ya no existe ese
Jesús de pies llenos de barro y su túnica sucia por el peregrinaje por
callejones tan puercos que no serían transitados hoy por las instituciones que
lo nombran Señor y Dueño, nombrándose ellas de esa forma más bien, con una
sutilidad diabólica. No existe ya, aunque probablemente nunca existió, pero me
gustaba creer que existía al menos mientras me adentraba en la dimensión
narrativa de esos evangelios que también han dejado de ser evangelios. Lejos
estamos ya de la época que dibujan las narraciones, en las que ese personaje
llamado Jesús dice “presente”, pero precisamente son los libros destinados a
preservarlo los que nos insinúan el trazo de su mutación. “Jesús, Señor de la
creación”, así lo nombran, con la “j” mayúscula, la “s” de señor en mayúscula,
pero la “c” de “creación” en minúscula, y con “creación” nos reunieron a
nosotros, entonces no es “Señor de la creación” en el sentido de que le
pertenece a ella o emerge desde ella, sino que claramente y arbitrariamente se
enseñorea para presumir de mayor, necesario y hasta esclavista, pues a su nombre
se debe doblar toda rodilla. Nosotros somos los minúsculos frente a una bestia
mayúscula, formulada en concilios y trasladada en doctrinas a nuestros tiempos.
He visto cómo mutan los vivos una vez que han muerto, los
han hecho consignas de victorias que no ocurren, no ocurrirán y no son
necesarias, así quieran vendernos la idea de que sí. Alguien dijo que no se le
puede llamar muerto a los que han luchado por la vida, me niego a creer (mierda
que me niego) que quien lo dijo se refería a que aquel que luchó pasaba a ser
una consigna propagandística y acomodada al servicio de ideologías que se van
separando del ideal central de quien luchó. Yo digo que, no se les puede llamar
muertos a los que forjaron la vida, porque se les debe llamar por sus nombres,
y sus nombres deben hacernos recordar quiénes fueron exactamente y no quiénes
son según las malditas instituciones que secuestran a los muertos para burlarse
de ellos. Al Jesús también lo hicieron “vencedor de la muerte”, y así un
sistema, o más bien un multi-sistema, llamado cristiano pavonea de “vencedor” e
intenta embriagar con su ilusión de “puedo hacerte vencer la muerte”. Pero no,
Jesús ni siquiera pudo vencer la muerte, y los sistemas cristianos oficiales e
institucionales, en su mayoría, son los verdugos victoriosos en el relato de la
resurrección. ¿Vencerá algún día Jesús al cristianismo? No es retórica mi
pregunta, es utópica. Y corto el asunto, para terminar de decir lo que quiero y
darle mi “Adiós a Mandela”.
Fue un placer haber vivido en sus tiempos. Me voy
sabiendo que no fue un personaje creado por narradores con ambiciones de
preservar y fomentar una ideología. Yo lo vi abrazando a la Cuba jodida, a esa
marginada, menospreciada, y en Cuba abrazaba a todos los marginados y menospreciados,
a los minúsculos; lo vi en Venezuela, este país con dolores de parto. Lo vi
estrechando la mano del enemigo, dando una lección, humillándolo con su paz,
con su lealtad a sí mismo y a nadie más. Lo vi dándoles en los huevos a los más
machos, esos que siguen viviendo a base de ficciones para cagarse encima del
bienestar. Lo vi demostrando que no es
necesario que nos escriban en mayúsculas para enseñorearnos, que ni siquiera es
necesario enseñorearnos, lo vi haciéndolos a ellos tan minúsculo como lo fue él
hasta su muerte.
Que nadie diga mañana que el negro venció la muerte, o
que no dijo adiós sino hasta luego, que nadie venga con discursos sensacionalistas
a decir que se levantó al tercer día, solamente para hacer de él una figura de
opresión mediante la imposición de necesidades. Que quede claro: murió, fue
vencido por la muerte, no hay reencuentro. Que no lo hagan volver para hacerlo
consigna y bandera. Él hizo lo que le tocó, y fue mucho. (¡Oh Mandela tan
humano y pequeño para que su nombre recorriera cada rincón del mundo en una
sola vida!).
Adiós Mandela, porque si vuelves ya no serás el mismo, y
no quiero volver a verte. No resucites, no reencarnes, no me esperes en un más
allá, no seas un ángel velando por nosotros, tampoco un santo rogando a nuestro
favor… ¡Ni se te ocurra ser un dios algún día! Eso sería lo peor que pueda
pasarte ahora, negro… Negro de mierda, quédate en tu tumba, deja que te coman
los gusanos, que la muerte cante victoria, que su victoria es mucho más
generosa que la victoria impuesta a los que mueren luchando por la vida. Adiós
Mandela, que no te vuelvo a nombrar, al menos no por mucho tiempo. Tal vez
luego, en alguna conversación con mis hijos, o mis nietos, tal vez te nombre
para decirles que sí exististe pero moriste, que fuiste un mortal, un negro sin
color y de tantos colores a la vez. Prometo no confundirte con esos “Mandelas”
que ya están nombrando esos malditos zamuros come muertos.
Dibujo: Un combattant disparaît/ De Dario Castillejos http://courrierint.com/node/1049658