viernes, 26 de abril de 2013

MARCELO CHACÓN.


Una vez al mes bajaba, así había sido durante los últimos once años. Al pie del cerro un barrio, inundado de gente que sueña, de otros que se esfuerzan y algunos que despojan de sueños y burlan esfuerzos. Los fines de semana hay fiesta en cada calle del barrio, en algunas las fiestas son de “traje”, así lo dicen para aliviar la pobreza. “Cada quien trae algo”, advierte la morena pelo amarillo el jueves en la noche a sus amigas. Y el viernes las cajas de cervezas se reproducen y se olvida que la vaina está dura, que los gobiernos pasan y queda el hambre, que la delincuencia no respeta la vida y que el tío Santiago murió el martes. Y que los muertos entierren a sus muertos porque los vivos tenemos que enterrarnos en la vida para poder vivir o al menos intentarlo. Prohibido hablar de política en las fiestas, nada de esos temas que oprimen la semana, el fin de semana es para darle fin a la semana y sus  opresiones. Se oyen los chistes, los ojos brillan, el alcohol hace lo suyo.
Del cerro bajan también a las fiestas. Mucho cuidado que a veces se forman unos tiroteos, hay muchos que no bajan la guardia y andan dispuestos siempre a matar la culebra por la cabeza. Así sucede por estos lados y allá también, allá en Caracas. ¿Y no somos de Caracas acaso? No, somos del barrio, de aquí del barrio, allá en Caracas es otro peo, allá son otras historias, o las mismas historias pero pasan en Caracas y es asunto de ellos.
Los años transcurrieron solitarios, para él solitarios, cansados. El cerro se transformó con el tiempo. Cuando llegó, los caminos eran de tierra y las casas se mostraban intermitentes, una a mitad del cerro, otra con la fachada hacia el oriente y una más arriba: la suya. Pero ahora está inundado de ranchos de latas y una que otra vivienda de bloque, algunas mitad de latas y mitad de bloques. El solitario y cansado cerro ahora luce alegre y abarrotado. Desde el mes de noviembre se le puede ver forrado de luces, porque la gente puede que no tenga para comer, pero para festejar siempre hay, sobre todo si se trata de la navidad.  A él le daba igual la navidad, no entendió cómo se puede festejar el nacimiento de alguien cuya vida se irrespeta y se toma para hacer religión.
La única casa que nunca tuvo lucecitas de navidad fue la suya, que tampoco era de lata ni de bloque, tampoco mitad de lata y mitad de bloque. La suya es de barro, toda de barro, sí, todavía es toda de barro. Tiene un patio inmenso que se une con la selva que forra el cerro y que poco a poco ha sido vencida por la mano del hombre. Allí, en el patio, cosechaba sus racimos de plátanos y cambures, también cultivaba cilantro, cebollín, tomates. Era su pequeña granja, el patio le recordaba sus raíces, fue su pedacito del pasado frente a él. Y es que la entrada principal de su casita de barro está de espalda a la calle y de frente a la selva, porque se negaba a ver cada mañana el avance de un progreso engañoso, eso significaba para él la calle asfaltada, las casas vestidas de bloque que ahora conquistan progresivamente el cerro. “Mientras el país se viste de concreto y asfalto la gente se viste de ignorancia”, escribió una vez. Le molestaban las modas que han suplantado la cultura. También los discursos políticos, las promesas incumplidas de siempre.
Era el único en el cerro que no participaba en las contiendas electorales, o como las llaman ahora: fiestas electorales. Para él era su esfuerzo el que lo mantenía vivo, y no necesitaba que un político le resolviera la vida. La pensión que recibía una vez al mes nada tenía que ver con la bondad de los gobiernos, fue un derecho que se ganó porque él sirvió a su país y fue en el ejercicio de su servicio que creyó comprender la ineficacia  de los esfuerzos políticos. Decidió convertirse en un renegado, ermitaño, asocial, solitario. Y en sus últimos once años no dudó que había sido su mejor decisión.
Su nombre: Marcelo Chacón. Fue un revolucionario, añoró siempre los tiempos de Cipriano Castro, a quien definió como un izquierdista tímido e indeciso, tal vez ni él sabía que era de izquierda. Marcelo lo admiró tan pronto notó la revolución que generaba en términos de Fuerzas Armadas. Pero quedó inconforme con su gestión. En algún momento fue alcalde de un municipio en el centro-occidente del país, fue cuando decidió no creer más en la política; dos años antes había dejado de creer en el dios de quien tanto hablaba María Eugenia Salazar de Chacón, su madre. Ella, tan revolucionaria como él, era una católica un tanto rebelde. Su esposo murió de una mordida de culebra, cuando Marcelo apenas tenía un año, así le quedó a ella la responsabilidad de mantener la hacienda que su esposo heredó de su padre, que su suegro heredó del padre suyo, y que el abuelo de su esposo había conquistado en tiempos turbulentos. También debía criar al pequeño Marcelo y cuatro hijos más que le habían nacido uno tras otro, teniendo el mayos seis años.
En tiempos en los que la mujer debía dedicarse a la cocina, y guardar silencio, María Eugenia se dedicó a llevar las riendas de una hacienda que producía trabajo para la mitad de los hombres del pueblo. Se convirtió en un mito en otros pueblos, y cuando paseaba por el mercado las mujeres sonreían porque a su sombra se sentían libres e importantes. Murió de anciana, cuando Marcelo tenía treinta y tres años, justo cuando comenzaba su gestión como alcalde del municipio que lo vio crecer. “Votaremos por el hijo de la María Eugenia”, decían los ciudadanos. “Ese no tiene necesidad de robar al pueblo, lo tiene todo”. Pero la hacienda heredada se convirtió en un territorio de guerras. Los cuatro hermanos sacaron sus garras para adueñarse de la hacienda, Marcelo se mantuvo al margen, le parecía despreciable pelear por un patrimonio que era de todos y apenas presenció la primera discusión acalorada abandonó el lugar cinco minutos antes de que se convirtiera en un rin de boxeo. Se enteró de la pelea que se armó y sintió vergüenza por la memoria de su madre, así que decidió no ensuciar su memoria formando parte de las trifulcas familiares por un pedazo de tierra.
Seis años después, cuando finalizaba su período como alcalde del municipio, su hermano mayor entró a la oficina y le entregó un cheque. Habían vendido la hacienda y repartieron el dinero en partes iguales para los cinco hermanos.
En el pueblo todavía se recuerda a María Eugenia Salazar de Chacón. Hay un busto en una de las plazas en su honor. Fue mi maestro de Castellano y Literatura quien me habló de Marcelo Chacón. Resulta que durante su período como alcalde del municipio publicó un pequeño librito titulado “La Revolución Sangra”. El libro no tuvo mucha distribución, y dicen que lo escribió imitando a Cipriano Castro, quien también publicó algunos libros durante su ejercicio en la presidencia del país. El librito contiene trece cuentos cortos, escritos en primera persona, narra la vida de doce personajes y sus historias, desde bibliotecarios nostálgicos y utópicos, hasta militares que fraguaban movimientos de revolución. En el capítulo trece los doce personajes son arropados por un intento de golpe y algunos de ellos envueltos en el golpe de Estado. Cuando lo leí, porque mi maestro me lo recomendó, habían pasado tres semanas de un intento de golpe de Estado en mi país, y pensé que tal vez Marcelo Chacón fue un profeta. Recuerdo que durante mi adolescencia siempre que tropezaba con algún hombre o mujer con características de los personajes del libro, me preguntaba si acaso sus vidas no estarían marcada por las profecías de Marcelo.
Marcelo donó el dinero que recibió de la venta de la hacienda. Con su donación se construyó una biblioteca en el pueblo, y fue allí donde encontré su libro. Su vida no estaba tan lejos de la mía. Pudimos ser vecinos, haber tropezado en alguna esquina, conocí a dos de sus hermanos en mi afán de encontrarlo. Ellos me dijeron que llevaban ocho  años sin saber de él. Yo llevaba tres años buscándolo. Cuando cerca del año 1997 me mudé a Caracas asistí a algunas reuniones clandestinas de un movimiento revolucionario. No estaba interesado en la política, pero tenía mucha curiosidad, y un amigo que siempre vestía franelas con el rostro del Che Guevara y símbolos revolucionarios me invitó a una de esas reuniones. Hablaban de un Teniente Coronel que los inspiraba, su nombre era susurrado con respeto y admiración, y entonces caí en cuenta que se trataba de aquel soldado que había intentado el golpe años atrás. Un nuevo golpe se organizaba, pero esta vez mediante los mecanismos democráticos, decían que harían funcionar la democracia a favor de la izquierda y el país por fin conocería políticas que favorecerían al pueblo. En mi séptima asistencia a la reunión caí en cuenta que estaba en un ambiente narrado por Marcelo Chacón, y para sorpresa mía un joven a mi lado sostenía unos seis libros, uno de ellos se le cayó y lo reconocí: “La Revolución Sangra”.
Pensé que tal vez estaba allí para reanudar mi búsqueda. Recogí el libro para pasárselo al joven, no sin antes echarle un vistazo y descubrir que estaba firmado por el autor. “Mira chamo, ¿te lo firmó el autor en persona o lo compraste así?”. El mismo Marcelo Chacón se lo firmó.
“Tropecé con él hace algunos meses guaro, mira vale, que sí está anciano el Chacón, tiene una barba blanca que le llega al pecho, camina apoyando su mano izquierda a un bastón, viste de guayaberas, casi ni habla. Cuando lo reconocí en la cola del Banco de Venezuela me fui a mi casa pero volando, a buscar el libro, tú sabes. Cuando volví salía del banco y le pedí que me lo firmara. Mira que me dijo “no creas en la política, edúcate y trata de ser alguien en la vida”. Yo quedé reflexionando, y es que, cómo vamos a creer en la política, camarada, no vez que ahorita no hay política sino opresión…”
El muchacho se inspiró a hablar del fascismo y de la utopía socialista, pero yo imaginaba a Marcelo Chacón. “¿En qué banco lo viste?”, le interrumpí y parece que se molestó porque me respondió de mala gana que en el Banco Venezuela a unos metros del capitolio.
Cinco años habían pasado desde el momento en que me obsesioné con encontrarlo y once años desde que se fue de mi pueblo.
Una vez al mes bajaba del cerro Marcelo Chacón, para cobrar su pensión en el Banco Venezuela cerca del capitolio, cerca también de la que hoy es la sede del Ministerio de Comunicación e Información. Por donde por cierto no se puede pasar muy cerca hoy en día, en la esquina antes de la sede hay un edificio que está habitado por algunas personas que perdieron sus casas en la tragedia de Vargas. Si pasas por allí ten cuidado, camina por la acera contraria. No voy a escribir por qué, pues ya me salgo de la estructura del cuento, pero tenía que hacerles la advertencia.
La siguiente semana me fui al Banco Venezuela y estuve los dos días asignados a los ancianos para cobrar sus pensiones, fui con mi libro en mano. El primer día no lo vi, estuve preguntando por él. Un joven que acompañaba a su abuelo volteó hacia mí. “¿Eres familiar del viejo del cerro?” Dije que sí titubeando. Me dio la dirección de su barrio… “Cuando llegas a la taberna de Tulio ves el cerro, si vas camina con cuidado, por allí está la banda de “los pericos”, y no tiene nada que ver con la de esos argentinos que cantan”.
Esperé a ver si el segundo día Marcelo Chacón aparecía por el banco. Me fui sin nada de valor, de nuevo con el libro en mis manos, dispuesto a ir al cerro si no lo veía. Estuve en el banco hasta las tres de la tarde. Tomé un autobús que me llevó a las afuera de la ciudad. Y luego otro que me llevó hasta el barrio. Unos chamos fumaban en una esquina, con un corte de cabello raro, rapados a los lados y una melena en el centro, imaginé que eran los fulanos de la banda de “los pericos”. Cuando les pasé por un lado, uno de ellos me habló. “¿qui hubo viejo? Pásanos algo pa´l  vianda vale”. El tono con el que me habló no era de súplica, más bien fue como una exigencia. Metí mi mano en el bolsillo, ni loco sacaba mi billetera, y saqué las monedas que me habían dado en los autobuses de cambio. Se las entregué, “vaya con dios pues” me dijo otro mientras tomaba las monedas, y al alzar su brazo se dejó ver un revolver en su cintura.
Caminé acelerado, pasé frente a una tasca con un letrero tallado en madera en el que se leía “La Taberna de Tulio”. Miré a la izquierda y vi la calle que me llevaba al cerro. Abordé una de las camionetas que suben al cerro. Y en veinte minutos estaba arriba. En la planicie había un alboroto, una docena de personas esperaban la camioneta reunidos frente a la casa de barro. Un muchacho de unos catorce años mandó a todos a bajar. “Tú no te mueves de aquí”, le dijo al chofer. Tres hombres traían a la camioneta a un anciano de barba muy larga y blanca, vestido con un pantalón gris y una guayabera caqui. Era Marcelo Chacón, estaba cortando un racimo de plátano en el patio cuando cayó al suelo, uno de los vecino lo vio y esperó a que se levantara, sabía que si se acercaba podía recibir un insulto del viejo que todavía tenía orgullo y aire de autosuficiencia. Cinco minutos después el vecino corrió hacia el anciano hombre y lo levantó, se estaba ahogando, con dificultad respiraba. Alertó al resto de la comunidad. Lo sentó sobre una roca mientras esperaban una camioneta. Cuando lo montaron, Marcelo Chacón aun respiraba. El muchacho que el día anterior me dio la dirección me reconoció y les gritó a los demás, “es el nieto, él es nieto del viejo”. Me permitieron abordar de nuevo la camioneta y me senté a un lado del viejo.
Iba agonizando, miró fijamente el libro entre mis manos y creo que lo reconoció. Señaló su pantalón, lo revisé. La camioneta bajaba a máxima velocidad, Marcelo llevaba un diario. Mientras avanzábamos le eché un vistazo rápidamente a algunas páginas, allí estaba plasmada su visión del barrio junto al cerro, su perspectiva de los cambios que se daban en el país, su inconformidad con la gente que le rodeaba, hablaba de su madre y sus esfuerzo, del egoísmo de sus hermanos, de la inutilidad de la religión que no se vuelca a darle la mano al porvenir. El diario era una visión más madura de todo aquello que plasmó en su libro de cuentos. Lo sostuve junto al otro libro, él sonrió. “no creas en la política, edúcate y trata de ser alguien en la vida”, balbuceó. Luego cerró los ojos. No los abrió más.
Mientras atravesábamos el barrio hacia la ciudad de Caracas volteé hacia el cerro, era diciembre y comenzaba el fin de semana, las luces de navidad estaban encendidas en todas las casas, la de Marcelo Chacón no podía vislumbrarse. Vi a un hombre pasear una caja de cerveza en su bicicleta, una morena pelo amarillo recibía en su casa a unas amigas mientras las abrazaba y tomaba bandejas de pasapalos que ellas llevaban. Ese día, del cerro bajarían los muchachos para asistir a las fiestas del fin de semana, o beber en la taberna de Tulio, olvidarían en unas horas la muerte del viejo Marcelo Chacón, pues que los muertos entierren a sus muertos, y del sepelio del viejo me encargaría yo.



A la memoria de los ancianos visionarios que han aportado a la construcción de mi historia, en especial a aquellos que conocí en el año 1997 en el Ancianato de Punta Gorda, que por cierto ya no existe.


jueves, 18 de abril de 2013

SUEÑO CON...


Un mañana en el que mi nombre sea pronunciado por tus labios, en el que mis letras sean para ti un camino obligado para comprender quién fui y quién quise ser, y si tus ojos pasean entre las letras ilusas, tontas, utópicas, arrogantes, pretensiosas, y sí, quizás lastimeras, que dejan escapar mis manos, entonces puede que lo habré logrado. No lo sé, pues el secreto estará en tu memoria, donde la mía será un fragmento codificado por tus emociones, donde mis emociones serán caracteres dibujados en un papel virtual tal vez.

Una historia mía pareciéndose a ti, tanto que la encarnes sonriendo y preguntándote si quizás te imaginé, si acaso estuviste aquí, en mi contexto, si observé en mi dimensión tu silueta, tu andar, tus victorias y caídas. Que se parezca tanto que sea una invitación a mantenerte firme, a no soltarte de la vida ni por un instante, a no desperdiciar una lágrima, a que comprendas que cada lágrima derramada es un elemento valioso para crear.

Tus manos extendidas hacia el mañana, como las mías se extienden para no desmayar, para no soltarse de la vida. Que te amarres a los tuyos, y que los tuyos sean todos, los que ahora son míos, porque yo me amarré a ti y no pretendo soltarte, pues si te suelto habré sucumbido, estaré hundido en el mismo infierno, porque el infierno es el olvido y la no existencia y yo me niego a no existir, me niego a negarme, me niego a negarme frente a ti que hoy existes mientras me lees, yo iluso, tonto, utópico, arrogante, pretensioso, y sí, quizás lastimero.

Tú imaginándome, queriendo construirme con retazos de especulaciones, con pistas que te arrojo. Viendo la oscuridad de mis ojos que se dibujan en el abismo como dos lunas negras flotando en la espesura de mi piel, acariciando con tu lectura el mar de cabello rebelde que me recuerda que soy del tiempo. Tú queriendo crearme para invitarme un café, y conversar conmigo, para perdernos en mis sueños y los tuyos, en mis recuerdos y los tuyos. Estoy dispuesto a ser tu recuerdo.

miércoles, 17 de abril de 2013

MARTIN LUTHER KING, EL CRISTO Y LA VIOLENCIA.


A los doce años tropecé con Martin Luther King. Nadie me habló de él, tal vez escuché su nombre antes y supe que fue negro, no lo recuerdo. Pero sí recuerdo que a mis doce años, cuando la rebeldía comenzaba a aflorar desde mi adolescencia y notaba la injusticia de algunos sistemas, descubrí una vieja biblioteca en un pueblito. El bibliotecario me alcahueteó una travesura semanal, entonces conocí a Rómulo Gallegos, a quien la cátedra de literatura del quinto año del bachillerato me presentaría luego con la formalidad de la educación. Conocí  Canaima y reconocí que todos estamos Sobre La Misma Tierra, lloré el lamento del Pobre Negro, tarareé la coplas del Cantaclaro, aposté por la suerte de la Doña Bárbara,  y así robé de la biblioteca todos los títulos del venezolano escritor. También leí las Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri, sus ensayos que me ayudaron a entender mi identidad latinoamericana en construcción, creo que él lo diría “la no identidad de nuestra identidad”. Conocí a la María de Jorge Isaacs y recuerdo que también conocí a Francisco Massiani a través de su obra Piedra de Mar, a quien, por cierto, hace unos meses vi en un canal de televisión, lo entrevistaban por su merecido Premio Nacional de Cultura 2010-2012, está viejo Massiani, viejo pero lúcido, se le nota un poco sordo eso sí y más dispuesto a confesar sus secretos expuestos con maquillaje en Piedra de Mar.
Leí mucho durante un año, y ese año tropecé con el Martín Luther King. No recuerdo el nombre del libro, pero me contaba la historia de su vida y así conocí el poder de la no violencia. El libro me hizo entender el odio y racismo, y me hizo sentirme negro y oprimido por blancos fanáticos y ciegos. Avancé rápido en la lectura, entendí porque nos odiaban los blancos (sí, fui negro mientras leía) pero aun con todo el entendimiento no podía justificar la opresión. Vi a mis hermanos sangrar, morir, aplaudí el movimiento de algunos grupos que se resistían a la opresión, que quemaban cauchos y autos, que respondían con valentía la violencia blanca. “Putos blancos que nos odian, deberían irse a la mierda, no nos doblegaremos, no permitiremos que nos sigan jodiendo, queremos tener nuestro espacio, nuestros derechos, queremos mear en un baño publico cuando la vejiga nos dice que debemos mear, sin tener que encontrar un letrero en la entrada de un baño público que diga que es sólo para los blanquitos”.
¿Y dónde está Dios que no habla a favor de los negros? ¿Y dónde están los cristianos que no se ponen del lado de los negros? Avancé rápido entre las páginas del libro. Y entre los movimientos que con valentía se oponían a la opresión, apareció él. Con un discurso absurdo y ridículo, diciéndole no a la violencia negra. Saboteando las acciones del Black Power. ¿Qué te pasa King? ¿Eres el King de los pendejos? ¿No ves que nos están ganando la guerra? Y él diciendo que no, que no a la violencia, pero ¿qué de la violencia de aquellos?
No es fácil decirnos “no seas violento” cuando la violencia nos ataca, ¿cierto? Pero que ironía, la historia nos dice que fue Martin Luther King y su filosofía profana y absurda de la no violencia frente a la violencia la que le dio a los negros la victoria, el comienzo de la victoria que no sólo les pertenece a los negros de EEUU y no sólo a los negros.
El 04 de abril de 1968 yo estaba en Memphis cuando Martin salió al balcón de su habitación en el Hotel Lorraine, el libro me llevó allí. El precursor de la desobediencia civil y la no violencia en la lucha de los derechos de los negros recibió un impacto de bala. Horas antes había dicho “Dios ha permitido que llegara a la cima de la montaña y desde allí he visto la tierra prometida”. La maldición de Moisés fue la suya, ver la tierra prometida desde el Pisga pero no poseerla. ¿Lo sospechaste Martin? ¿Te ganó la tesis contraria a la tuya? Contrario a lo que muchos teólogos sostienen acerca del último discurso de Martin Luther King yo creo que lo que vio el activista no violento fue que el destino inevitable de su lucha era el éxito, porque era su lucha y luchó. Un portal cristiano de noticias reseña: “El periodista y teólogo José de Segovia reconoce que en estas palabras había evidencias de que MLK no es ya el mismo joven de las dudas de fe iníciales de su vida pública, fruto de su educación teológica liberal, sino que las crisis y la fragilidad le han llevado a sostenerse aferrado a la esperanza en Dios y en la misión”. No lo creo, la vida de Martin Luther King da la interpretación de su discurso, seguía siendo el liberal lleno de dudas, pero reconocía que su esfuerzo no sería infructífero. ¿En qué podía basarse MLK para tener esa seguridad?
Martin Luther King no fue el precursor de la no violencia, fue el primero en contextualizarla a la lucha por la igualdad de los hermanos negros. Yo lloré su muerte, y con la ventaja de poder salir de las páginas del libro y observar la historia que transcurre sonreí mientras todavía lloraba, sonreí pensando que su vida dio frutos, que toda la tensión y estrés, que según algún médico era la razón por la que su corazón parecía la de un hombre de sesenta años, no fue en vano. Ahora, en este momento, recuerdo que el difunto King fue el primero que me llevó a pensar que el Cristo podía resucitar en nosotros y nuestras acciones. Ayer reflexionaba en aquello de "el cielo sufre violencia y sólo los valientes lo arrebatan", palabras pronunciadas por el Cristo. César Soto, un pastor chileno, me comentó que una versión sugerida dice “el reino de los cielos se abre paso vigorosamente y los vigorosos lo arrebatan ansiosamente”, otro amigo me dijo que una versión traducía “el reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él”. A la luz de las distintas traducciones (si podemos llamarlas traducciones, pero no es lo importante aquí y ahora) parece que aquel que desea arrebatar lo que es el reino de los cielos debe adoptar (¿o asumir?) la misma naturaleza de tal reino.
La violencia del reino, asumiendo que el Cristo encarnaba el reino que proclamaba, es la misma de Martin Luther King, es la fuerza dinámica que se mueve a transformar los escenarios humanos inclinándolos a términos de igualdad y derechos. Y es una fuerza dinámica porque transforma con la actuación y el ejemplo, porque no se deja vencer por el mal haciéndose mal justificándose en los ataques recibidos. La muerte no puede truncar los efectos positivos de la violencia proclamada por el Cristo y por hombres como Martin Luther King. Si creemos en un cambio seamos modelos de ese cambio. Eso sí es violencia.

martes, 16 de abril de 2013

NO A LA INFECCIÓN ZOMBI EN MI PAÍS.


Hace una semana vi en el Facebook una foto que publicaba un amigo, en la que aparecía retratada su prima de unos tal vez treinta años, ella lucía una franela alusiva al bando opositor y una pañoleta también con la bandera de Venezuela, a su lado y abrazándola con confianza respetuosa estaba un hombre de unos cincuenta años, con una franela roja, de esas que tienen los ojos de Chávez pintados a la altura del pecho, los dos sonreían mirando la cámara que capturó la refrescante imagen. Debajo de la foto publicada una leyenda describía el encuentro de esos dos.
Cada uno regresaba a sus casas después de apoyar las respectivas marchas de los dos candidatos contrapuestos. Al parecer se pasaron por un lado y los dos se sonrieron sin conocerse, parece que el gesto compartido los impresionó a los dos y coincidieron en tomar una foto para dar un mensaje de unidad. Luego de la foto, la dama opositora le dijo con nostalgia que esa era la Venezuela que soñaba y le dijo que ella “Quería Patria” (frase alusiva a la campaña oficialista en Octubre) a lo que el caballero oficialista respondió “Yo también soy Venezolano” (consigna de la campaña opositora).
Me agradó la foto y la empatía entre los dos venezolanos con ideologías políticas opuestas. Y por un instante soñé con el 15 de abril, con la Venezuela a partir del 15 de abril. Los dos candidatos coincidían con presagiar un ambiente de unidad y construcción de la Patria o de la Venezuela que es de todos. Me obligué a ser ingenuo, saqué toda la mierda pesimista que pudiera haber en mí y como un niño iluso que no ha visto elecciones antes, ni post-elecciones, creí que desde el 15 de abril sobrarían las fotos retratando a oficialistas y opositores unidos, sonriendo, construyendo un porvenir grandioso para nuestros hijos.
A estas alturas se me ocurre que alguien podría preguntarse “¿y éste iluso que escribe, será opositor u oficialista?”.
Hoy no es lo importante, sin duda tengo mi preferencia política, pero hoy no me importa, hoy la dejo a un lado porque Venezuela exige que así sea por un instante al menos. Mi franela,  roja o tricolor, puede esperar un rato, tal vez mientras tanto deba meterla en la lavadora, y que de vueltas y vueltas, que sea víctima del detergente y luego del suavizante, tal vez deba ser exprimida. Sí, y es que cuando el fanatismo nos inunda lo mejor que podemos hacer es desdoblarnos un momento y despojarnos de nosotros mismos para revisarnos y evaluarnos, para limpiarnos de las impurezas del odio o la justificación de lo injustificable y, por qué no, tendernos un rato al sol para que nos alumbre su claridad y marchite la insensibilidad.
¿Qué pasó? Pregunto, ¿qué pasó con el discurso de unidad? Y no me refiero al discurso de un bando o el otro, me refiero a esa euforia que emanaba de cada venezolano y que les hacía asegurar que desde el quince habría unidad. ¡Ese discurso se fue a la mierda! Parece que nadie, o muy pocos, quiere recordarlo y pensarlo. Un amigo me preguntó hoy “¿y qué piensas tú que debemos hacer?” Me preguntó desde su bando, pero la pregunta me la pudo haber hecho alguien desde el otro bando también, y la respuesta es la misma para los dos: Con certeza no sé qué se deba hacer, pero sé muy bien lo que no se debe hacer, y no se debe atentar contra la vida, dentro de lo que se debe podría considerarse respetar la vida y darle valor al ser humano por encima de las etiquetas. No digo que cada quien renuncie a sus convicciones, pero que se valore la vida del otro como la propia. El Cristo, que es casi una bandera de todos los habitantes de occidente, sugirió amar al otro como a uno mismo, no al otro que simpatiza con mi posición política, sino al otro. Bajo la comprensión de esa máxima las manifestaciones o represiones jamás atentarán contra la vida.
En las calles algunos dicen “esto se lo llevó el coño”, no, esto no se lo ha llevado nadie aún, pero lo estamos entregando, eso sí, desde los dos bandos hay quienes están entregando esto al coño, y no al coño e´ su madre, como dicen en Venezuela, sino al coño de la mierda misma.
La infección zombi ya inició en las calles de mi país. El fanatismo nos está mordiendo con aliento de perro rabioso, las calles babean saliva podrida e infectada, donde sea que te muerda el fanatismo, y sin importar que quieras hacer patria o también seas venezolano, si te muerde, tu cerebro se excita olvidas el amor a la patria y tu venezolanidad, actúas con violencia y justificas la violencia en respuesta a la violencia.
El fanatismo tuerce las consignas y hasta lo más sagrado de la ciudadanía. Unos aseguran que son parte del bravo pueblo y harán caer las cadenas. Bravo es el pueblo que combate la violencia con amor al prójimo, bravo es el pueblo que trasciende el proselitismo y las etiquetas para darle valor a la vida. Durante esta campaña electoral un candidato dijo que ser presidente de Venezuela es “arrecho”, el otro dijo que descarguen su “arrechera” en las ollas. Y como me niego a ponerme mi franela aún, para seguir escribiendo con mi pecho expuesto, yo digo que arrecho es ser venezolano sensato, eso sí es arrecho, y que descarguemos nuestra arrechera en contra de la violencia llamando a la paz y practicando la paz. Y que caigan las cadenas de la violencia.
Poco importa dónde comienza la violencia, mientras se busca su génesis habrá incrementado tanto que descubrir dónde comenzó no será significativo, ya la infección nos habrá hecho mutar a todos. Estaremos tan jodidos que sería más económico un apocalipsis que nos borre del mapa y que un hombre de barro exponga su costilla para dar comienzo a una nueva creación. Pero esas cosas sólo suceden en las dimensiones mitológicas del arte o la religión. En cambio, en la realidad, podemos darle un parao a la infección. Desde tu bando podemos acabar con el fanatismo zombi y regalarle una fotografía inmensa al país. ¡Vamos no joda! ¡Venezuela no es madre del fanatismo y se niega a ser guarida de zombis!

LEÍ "LOS COLORES DEL CIELO".


César Seco nos presenta “Los Colores del Cielo”.
Apenas entré en su galería de arte me encontré con un personaje de tres identidades. La pluma de César es poética, eso puede notarse apenas se lee la primera oración del primer párrafo: Pramuck Omack es ciudadano del mundo”. Tanto romanticismo para dibujar un personaje denuncia la carga poética sobre el hombro de su creador. Y con esa oración el creador de esta obra nos introduce en un mundo nada extraño, a pesar de los juegos de identidades y roles que ejerce el personaje, a pesar de que lo sitúa en tres espacios contrapuestos.
Lo que César hace es resumir en tres fragmentos la voluntad humana que compone la múltiple personalidad de cada ser, aunque nos empecinamos con mostrar una y ser “congruentes” con la que hemos asumido como “verdadera”, debemos ser honestos y reconocer que tras la fachada construida se debate el querer desafiarla, pasea la ira que no nos permite aceptar del todo lo establecido. En líneas generales el primer cuento, protagonizado por la trinidad del personaje Pramuck Omack, plantea al hombre en pleno postmodernismo, asumiendo su identidad fragmentada, consciente de lo relativo de su rol y finalmente declinando ante lo inevitable, dispuesto a avanzar con coraje. Dibuja un mundo bien delimitado, con un halo de oscuridad y misterio, atractivo. Obligando al lector a permanecer allí para comprenderlo, invitándolo a ser ciudadano de ese mundo en el que pasean sus personajes.
La narrativa de César es propositiva, desafía al lector a ser parte de la historia invitándolo a ser testigo y razonar las causas o efectos que le dan vida a los párrafos plasmados en el papel. Al pasear por el segundo cuento se reitera la condición postmodernista del hombre actual, además de destacar el carácter poético del autor, se puede percibir su desafío asumido con la narrativa para plantear perspectivas amplias de asuntos que son contemplados por otros con prejuicios.
Nos pone en el centro del segundo cuento a un bloguero homosexual, condenado a la muerte tras el diagnostico fatal y temido, pero no abraza la muerte resignado y apurado, sino que decide dejar huellas de su existencia aunque tal vez su decisión es producto de su soledad y necesidad de divagar para “matar el tiempo”. Así que de nuevo encontramos un personaje complejo, luchando contra sí mismo. Este consistente carácter en su obra le da personalidad a su narrativa. El autor va proponiendo el declive de los absolutos, hace de la historicidad un libro abierto y dispuesto a ser juzgado e interpretado. Hasta el cuento número dos el cielo se hace rojo y gris.
En su tercer cuento César nos deja ver su destreza en el género romántico y el erotismo. Dibuja una historia de amor y aunque el romance entre “él y ella” logra captar la atención del lector, puedo percibir tal romance como la excusa para decir muchas cosas. Hay tesoro escondido en esa isla de romanticismo y erotismo, códigos que marcan la consciencia del lector e invitan a ser descifrados.
En el primer cuento vemos a un hombre que abraza un destino por la convicción de lo necesario y su interpretación del deber, y en medio de su conflictivo mundo interno el autor deja ver una reflexión de su personaje: “…Por un momento en su vida quería mirar el rostro de Alá o de Jesús,  si era verdad que Dios existía y pedirle que extrajera de todo esto con una pinza a Alba…”  Ese “si era verdad que Dios existía” es una línea que, por estar incrustada en el contexto que plantea el cuento, queda haciendo ruido. Más tarde, en el segundo cuento, el moribundo bloguero, consciente de su condición, escribe: “¿me van a decir que son cosas de Dios,  de eso que llamamos el inefable destino, o del diablo ese que no sabemos si de verdad existe, pero que todo nos dice que con él convivimos?”  Si bien el carácter teológico de su narrativa viene “desfragmentando” la idea sólida y aceptada por herencia como “dios” con los dos primeros cuentos, la obra no está divorciada de una espiritualidad, sólo que no es tradicional la que plantea. En el tercer cuento la negación madura y da un resultado: “El amor es un espasmo de Dios cuando respira…” Uno de los versos escritos por “él” y que surgieron como resultado del romance con “ella”. Así, va estableciendo la posibilidad de una comprensión más amplia (¿y postmodernista?) de la espiritualidad, planteando que “Dios” puede que sea un ser con espasmos, que respira, y de quien emana el amor que viven los hombres y las mujeres cuando se encuentran. ¿Acaso podría ser “Dios” ese mismo amor? ¿Acaso podría “Dios” ya no ser visto como alguien que vive en otra esfera y que maneja los hilos del destino del mundo? ¿Podríamos cambiar de idea respecto a “Dios”?
Algunos podrían considerar el planteo teológico de la narración como “egocéntrico”, sin embargo, podría ser una crítica equivocada o prejuiciosa pues a fin de cuentas ¿las distintas concepciones y multiformes espiritualidades establecidas por la tradición no podrían considerarse como el producto del ego de los sistemas religiosos? ¿Acaso esta acción del hombre postmoderno, al deconstruir lo establecido, no es la misma que ya otros han hecho en distintas edades para arrojar como resultado la tradición hoy asumida como “la correcta”? Tal vez bajo esa óptica pueda dársele más crédito a las palabras del autor del libro de “Lamentaciones” cuando incansablemente repite: “no hay nada nuevo bajo el cielo”, y yo añado, en sintonía con la obra de César Seco, que ni siquiera los colores del cielo son nuevos, siempre han sido los mismos.
A estas alturas del libro, el cielo es rosado.
El cuarto cuento no pierde ritmo, nos sitúa en el ojo de la desgracia, esa que nadie espera aun cuando amenaza a diario, esa que aunque se teme no podría sospecharse su magnitud hasta vivirla. Con la desgracia en curso nos introduce en la historia, haciéndonos parte de ella, con una narración veloz, que obliga al lector a acelerar la mirada y transcurrir entre los párrafos. Allí somos lluvia cayendo y cerro cuesta abajo. El talento de César Seco de mover al lector al antojo de su ritmo como contador de cuentos es impresionante. La nostalgia se confunde con el miedo, la tristeza con la esperanza. Y vamos conociendo aquel trágico evento que azotó al pueblo venezolano de Vargas  y cambió por siempre la vida de sus habitantes. El cielo ya es una mezcla de colores donde predomina el verde, pero tiene aroma de lodo.
Luego de abordar la narrativa desde la tragedia, desde el existencialismo, desde el romanticismo el quinto cuento presenta un mundo post-apocalíptico y es un derroche de ciencia ficción. César voltea el mundo, cambia la geografía y viste la humanidad con un traje metálico, incluso sirve sobre la mesa aspectos de las creencias que componen las ficciones de nuestra realidad, en uno de sus párrafos cuenta que grupos religiosos consideran que la máquina a cargo del poder es el anticristo. Aborda la robótica con un estilo único y su historia es contada con la originalidad que su pluma asoma en los cuentos anteriores. Los robot, creados para disminuir el crimen, se convierten en criminales. Es la lucha épica entre el bien y el mal, demostrando que el mal no es cuestión de la humanidad, que no es una condición o rasgo distintivo de nuestra raza, sino que es una influencia que puede rechazarse también.
Nos presenta a Luno Artigas y a través de él podemos observar la utópica esperanza de todo aquel que idealiza un mejor porvenir pese a los pronósticos y la realidad. Introduce un tercer elemento en su ficción: alienígenas. Así nuestro planeta se ha convertido en hogar para tres razas en conflictos, cada una queriendo recuperar lo que creyó poseer. Cuando uno piensa que la obra está montada, que la historia está contada, César Seco nos sorprende con una agonía desdoblada en Luna Artigas y un romance que queda en la imaginación del lector. El cielo muestra su color anaranjado.
La narración acelerada y descifrable se pausa un instante, desacelera, pero no para perder calidad sino para invitarnos a otra dimensión, para hacernos contemplar otro estilo y género. César nos introduce en el mundo de Elías, un personaje aparentemente atormentado y no lo sabe, con una “maldición” por su condición judía… “Y ya sabemos que para los hijos de Israel esto es el calvario: tener siempre que irse a otro lugar, indignos de confianza alguna, obligados siempre a la diáspora, a marcharse a donde suponen les espera “la tierra prometida”.  Nos internamos en la humanidad del judío maestro Elías, y descubrimos que no es un personaje ni negro ni blanco, sus agonías y tormentos no le impide ser un hábil orientador, no lo privan de “días buenos” en los que sale de su habitación rasurado, bien vestido y perfumado para ejercer su rol. El cielo es azul también, y mientras leía la vida de Elías noté de nuevo que César me había involucrado en su historia. Maestro Elías, quien al principio me deja ver su locura, resultó ser un hombre de literatura, poeta hábil, distante del destino que le tocó al final, apasionado por una Zobeida que es su musa, y adicto al éter que resultó se su perdición. Pero cuando creí que maestro Elías era un personaje digno de un final feliz, el autor cambia el panorama, no sin antes hacer lógica la transformación de la trama y desviarnos por el laberinto en la consciencia del personaje.
Y con ese cuento César cierra su exposición de arte, con un cielo azul, haciéndonos consumir éter, impregnándonos con locura.
En resumen, César Seco es mucho más que un narrador, se percibe cronista, periodista, poeta. Ha logrado internar una serie de aplicaciones que vuelca sobre el papel con destreza. Disfruté la lectura de sus cuentos, y me quedé preguntando de qué color podría ser el cielo mañana.

miércoles, 10 de abril de 2013

DE NUEVO RUBIA.


Rubia fue mi primera novela escrita. Mi primera novela finalista en un concurso. Mi primera novela publicada. Mi primera novela en amazon. Mi primera mirada a mí mismo luego de romper con las herencias ideológicas, religiosas e históricas que me tocaron. Rubia es además quien me bautiza como escritor y me quita un poco el miedo y la vergüenza de sospecharme escritor (un poco solamente). Además, Rubia es mi primer intento en el Premio de Literatura Rómulo Gallegos, en la edición cuyo fallo corresponde al año en curso. Sea que figure entre los finalista o no, quedará escrito en mi memoria que fue la novela con la que intenté por primera vez obtener el premio con el que sueñan los escritores latinos. Y que se sepa que será el primer intento, pues desde esta edición el jurado tendrá que evaluar en cada edición una obra mía, pues soy terco e incansable.
Ella me ha traído buenos amigos, gracias a ella muchos nombres están almacenados en ese baúl de amigos verdaderos que formarán por siempre parte de mi historia. Entre ellos debo mencionar a Febe Mendoza, quien me acompañó desde su creación, quien recorrió los laberintos de la trama en tiempo real y me enseñó a contar historias. Siempre diré que no me atrevería hoy a escribir para ser leído si el nombre Febe Mendoza no estuviera en mi memoria. Y así muchos que no sólo han sido lectores sino que también se hacen hoy propulsores de la historia y canales para que mi Rubia sea recorrida por la mirada de otros.
De nuevo Rubia irrumpe en mis rutinas, tras la posible publicación impresa en Costa Rica me vi obligado a jugar con ella una vez más, la leí de nuevo e hice algunos cambios en su presentación enumerando esta vez los capítulos. Y hoy quiero reflexionar a partir de ella.
Aunque lleva su nombre hoy puedo decir que el asunto principal de la novela es el odio. Recuerdo que durante años el cristianismo me enseñó que el odio es una influencia del maligno que mancha nuestra existencia y nos hace indigno frente al dios. El odio, me enseñó el cristianismo, nos condena a la muerte eterna, al infierno, a la condenación. Ante la grave problemática, así concebido el odio por la religión cristiana, se nos ofrece una salida: la redención. Y esta redención es una especie de manto mágico que arropa al hombre y pretende hacerlo inmune de la influencia demoníaca representada por el odio, entre otras cosas. El asunto es que, dada nuestra condición humana y nuestros condicionamientos y “educación”, el odio no se disipa con mantos mágicos, sino que sigue infectando nuestras emociones, sólo que a veces, por las rutinas que impone la religión, logramos distraer el sentimiento negativo.
La verdadera redención del hombre es el conocimiento de sí mismo. Lo entendí cuando decidí abandonar el cristianismo y caminar con mis propios pies y ver a través de mis ojos. Por ese tiempo comenzaba a escribir Rubia, centrado en un personaje marcado por una vivencia que la lleva a odiar al abuelo y todo cuanto significó su abuelo para ella. De manera que Rubia odia su entorno, su vida, odia el amor, odia el porvenir, todo lo que puede ver o recordar lo odia porque todo ello fue su abuelo.
Hoy tengo el coraje para admitir que el odio de la chica de mi novela era mi odio, su abuelo era mi cristianismo y lo odié, por robarme mi niñez, mi adolescencia, mi juventud, por estar en mis recuerdos, por creerlo porvenir, lo odié porque me infectó y me hizo creer que el mundo era de una forma y al despertar pude entenderlo de otra. El abuelo de Rubia fui yo mismo, engañado por mí mismo, truncado por mí mismo, esperando siempre que las cosas sucedieran de una forma mágica, perdiendo el tiempo que pude haber diezmado en esfuerzo e intentos. Como Rubia busqué sanar mi odio de distintas maneras, porque así fui condicionado, creyendo que las respuestas a los problemas propios pueden encontrarse en fuentes externas. Pero comprendí, no muy tarde, que la redención está en el conocimiento de uno mismo. En saber quién soy, por qué soy, hacia dónde soy, desde dónde soy. Rubia invita a contemplar las posibilidades que siempre serán fallidas y a aceptar con coraje la responsabilidad de nuestros pasos, nuestra responsabilidad con nosotros mismos, al final es la respuesta correcta.
Ella es una lectura amplia. Rubia es la misma América Latina buscando su identidad, reconociendo en cada paso, a través de las décadas, que sus problemas necesitan soluciones que emanen de la latinidad, de la identidad propia. Rubia es una invitación a tomar el control de uno mismo y evaluarnos, decidirnos por la construcción de nuestro porvenir, decidirnos por avanzar a ritmo propio, desconociendo las herencias que nos han encerrado en los laberintos conflictivos, desafiando lo ya establecido para así encontrar salida y un mañana. En ella dibujo la tierra donde nací, el pueblo que fue mi cuna: Aroa, Estado Yaracuy, muestro matices del cerro que conquistó mi abuelo Segundo Crespo y hasta incluyo su nombre en la trama. También dejo ver cómo percibí a la ciudad de Cabimas cuando recién llegué, y hasta cómo percibí los cambios políticos que iniciaron en 1999. A través de Rubia podrán conocer El Consejo de Ciruma, un pueblo que, de no existir, sería la ficción mejor elaborada. Tomo del pueblo algunos mitos, dibujos otros inspirado en los ancianos que conocí allí.
Rubia es un resumen de mi historia hasta el año 2008 y es además parte de mi historia desde entonces, siempre volveré a ella, a Rubia, siempre miraré sus ojos azules, míticos y místicos, siempre recorreré las calles que son suyas. De hecho, Rubia jamás dejará de ser parte de mi realidad pues siempre tendré que visitar El Consejo de Ciruma, y desde hace diez años pienso que tal vez al llegar a la vejez me encierre en ese pueblo para reflexionar en mis días desde mis últimos días. Espero un día, amado lector, tengas la oportunidad de leer a mi Rubia y puedas decirme cómo me vez a través de sus ojos. 
Les invito a visitar el blog de la novela: http://www.minovelarubia.blogspot.com/ 

martes, 9 de abril de 2013

CONCURSO DESDE VENEZUELA.


Apreciados LECTORES, es de mi agrado mostrarles las bases de este sorteo. Me uno a KassFinol para hacerlo posible.
Como en este mes ambos publicamos esos dos libros, nos unimos para realizar este fácil sorteo.
Bases: (Pueden participar desde cualquier país)
1.- No se realizará el sorteo si no hay un mínimo de 40 participantes.
2.- Deben publicar esta imagen con sus bases en facebook o blogger y dejar los link debajo de esta entrada.
3.- Ser seguidores de estas tres páginas:
Y les dejo el link de la página Regeneración:

viernes, 5 de abril de 2013

RESEÑA DE "DECIDISTE TARDE", OBRA DE LA AUTORA KASSFINOL

Cuando Kassfinol me obsequió su versión digital de “Decidiste Tarde”, me advirtió: “lo escribí en una sentada”. Sospeché que con eso me decía que se trataba de una obra sencilla y nada sorprendente. Pero no fue así. Es una obra de fácil lectura y comprensión, con una narración fresca y a ritmo acelerado, nos cuenta una historia bien delineada, sin abusos narrativos, sin muchas distracciones, el uso de los recursos literarios es exacto y sin derroche alguno.

Me gustó la historia, alguna vez, de alguna u otra manera, todo ser humano la ha encarnado. En ocasiones hemos sido engañados por otros, o por nosotros mismos, como también hemos sido engañadores y a veces mientras lo somos, sin darnos cuenta, nos oprimimos a nosotros mismos. Todos tenemos, en nuestras memorias, recuerdos de buenos romances y romances que no fueron fructíferos.

Kassfinol nos presenta a Francisco y a Sandra en una historia romántica. Así parece al principio. “Decidiste Tarde” tiene una particularidad que surge de la naturaleza de su autora: evolución y transformación. Si me pidieran definir la obra en una frase diría “Decidiste Tarde es una narración que evoluciona con rapidez y se transforma mediante sus elementos”.

Lo que parece una historia romántica va tornándose trágica, los personajes van consumiéndose en una suerte deprimente, donde la angustia pasea entre sus almas, se descubre uno al otro y uno en el otro, lo aparente va convirtiéndose en un fantasma que inquieta y la incertidumbre los lleva hacia la agonía de tener que decidir como arrinconados contra la pared. El aura romántico y trágico se fusiona para atraparnos como un monstruo sediento de lágrimas e indecisiones.

Me sorprendió ese cambio inteligente, esa transformación que hace evolucionar la lectura, me sorprendió porque se hace tan sutil y silencioso que apenas puede percibirse. Y cuando ya creía definida la historia se vuelca desde lo fantástico, elevando la voz del narrador, encarnada en la personalidad de Sandra, a una dimensión fuera de la realidad que se observa.

Cuando llegué al final recordé que Kassfinol escribió “Decidiste Tarde” en una sentada y sonreí pensando que así nacen nuestras mejores obras.

Recomiendo esta lectura, sé que la van a disfrutar.